Cowboy Junkies – The Trinity Session

Post #928. Quedan 72 para no dejar en la cuneta a grupos de los que podría arrepentirme no haber metido en los 1.000. Estoy buena parte del día pensando en ello, menuda faena. Se ve que no soy el único, de vez en cuando me llegan sugerencias de seguidores que después de comprobar que no está tal o tal artista me amenazan con ser un fracasado si no lo pongo. Como Cowboy Junkies.

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K. D. Lang – Ingénue

Me acaban de regalar el libro 1.001 Discos que hay que escuchar antes de morir. No es que tenga prisa por dejar este mundo, pero para acabar con mi blog me viene de perla. llevo tiempo flaqueando y bajo de imaginación, puedo estar cada día un par de horas en busca del disco del día. La cosa está rozando lo ridículo, ¿verdad? Y todo esto porque quería aprender a manejar WordPress y las redes sociales, qué cretino. Al final, el próximo cuatro de noviembre, sólo sabré añadir entradas nuevas y seguiré sin saber cómo funciona twitter –cada post genera un tuit, pero me lo programaron-.

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The Browns – The Three Bells

El pasado once de junio, a Jim Ed Brown le sonaron las campanas por tercera vez. No las oyó, porque justo antes dio su último suspiro. A sus 81 años, él sabía mejor que nadie que le iban a ser fatídicas. Desde 1959, fecha en la que publicó The Three Bells, las campanas marcaron el ritmo de su vida: en 1934 cuando nació, en 1964 cuando se casó y la semana pasada cuando falleció.

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Patsy Cline – Crazy

Hace muchos años, me contaron un chiste idiota –en esta expresión secular, idiota quiere decir que es sumamente divertido pero shhhh, que no se entere nadie de que te has muerto de risa-, que decía lo siguiente: “¿Has visto los últimos zapatos que se ha comprado Dolly Parton? ¿No? ¡Pues ella tampoco!”. La gracia radicaba en que el abundante pecho con el que la naturaleza le había dotado le impedía ver sus pies. Juas. ¡A que es idiota el chiste!

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Beck – Odelay

Si no recuerdas exactamente a qué se parece Beck, mira en youtube cualquier corto de esquí extremo patrocinado por Red Bull, preferentemente rodado en las Rocosas: todos los esquiadores tienen pinta de Beck. Melena rubia, gafas de espejo, ropa falsamente despreocupada, sonrisa triunfante, cada gesto estudiado para que las chicas se extasíen. Comen musgo mojado en salsa soja y wasabi y beben zumos de hortalizas, se acuestan pronto y quieren a su mama, muy un pelín aburridos según los estándares de Fiouck.

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Sean Rowe – Madman

En el fondo ¿por qué somos tan anti americanos? Hablo por mi, claro, aunque la sensación que prevalece es que estamos ante una tónica bastante general. [buf, esto de “…prevalece es que estamos ante…” suena a periodista, ojo Fiouck, vas por mal camino]. Hay mil motivos, ahora listaré algunos pero, no quita que fascinan. Por ejemplo, la de veces que soñé con darle a Bush “an enormous blowbogey” –algo así como un enorme soplamocos, Fiouck Translator-, pero claro, se tenía que caer desde lo alto de un rascacielos kilométrico sobre el techo de un coche de 10 metros de largo conducida por una rubia platina de tetas considerables…y sobrevivía, como no.

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Gruff Rhys – American Interior

En 1170, en un rincón olvidado del planeta, Madoc ab Owain Gwynedd –Madog para los amigos-, hijo del difunto rey galés Owain Gwynedd –nada que ver con la Paltrow-, ante la disputa que reinaba entre los trece hijos del monarca para quién iba a sentar su augusto culo en el trono, surcó hacia el Atlántico con una tripulación de un centenar de hombres. Llegó a unos costas vírgenes donde montaron una colonia. Volvió Madog a Gales a por más compañía, femenina supongo, y se fue otra vez para allá, tan contento con su descubrimiento. Porque las costas en cuestión, parece ser que no eran otras que las de Florida, tres cientos años antes de que el marinero tramposo italiano Cristobal Colón, patrocinado por Telefónica la Corona de Castilla, pusiera un pie por ahí también. Pero nunca volvió ni se supo más de él. Hoy se sabe que es una leyenda, hasta se duda de la existencia de Madog, pero los galés se la transmiten de generación en generación, con mucho orgullo, en cymraeg, el idioma secular que suena más raro que el Quenya élfico de Tolkien –ays, Lyv Tyler, buf-.

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