Cowboy Junkies – The Trinity Session

Post #928. Quedan 72 para no dejar en la cuneta a grupos de los que podría arrepentirme no haber metido en los 1.000. Estoy buena parte del día pensando en ello, menuda faena. Se ve que no soy el único, de vez en cuando me llegan sugerencias de seguidores que después de comprobar que no está tal o tal artista me amenazan con ser un fracasado si no lo pongo. Como Cowboy Junkies.

A estos canadienses los tenía un poco enterrados. ¿Un poco? Vamos, a tres metros bajo tierra. Como todos -¿tú no? ¡fracasado!-, escuché su famoso The Trinity Session, de 1988, aunque de forma un poco distraída. Me engañó doblemente el nombre. Cowboy Junkies evocaba un rock enérgico y saludable, cuando en realidad fueron el heraldo del blues country que se languidece en un universo de terciopelo que roza a veces el sopor.

Y para un fan de las Peel Sessions, el título del disco prometía también otras cosas. No álbum for sunny days, como diría el otro. No te digo en noviembre, cuando parece que el sol ha sido abducido y te crece musgo en los pies, cual Bilbo otoñal. La clase de disco para acompañar el esplín de los días fríos y lluviosos y darte ganas de hundirte en el edredón hasta que el astro purificador se haga de nuevo con el mando.

Cowboy Junkies - The Trinity Session

Cowboy Junkies fue y es un grupo sin sobresalto. Dos hermanos y su hermana pequeña, Margo Timmins, que un día cogieron guitarra, batería y micrófono para cantar como si fuera la cosa más natural del mundo, sin hacer ruido, con zapatillas de interior y el diferencial bajado. Habían crecido escuchando todo el santo día blues –John Lee Hooker, Robert Johnson– y folk –Dylan, Neil Young y compañía- con lo que el primer disco que sacaron en 1986, Whites Off Earth Now!! –algo así como Blancos fuera de la Tierra ya!!-, sólo contenía versiones de sus mentores.

A Margo Timmins, con esta belleza especial que le valió en su día entrar en el ranking de las cincuenta mujeres más guapas del mundo, le costó cantar en público. Al principio lo hacía de espalda, mirando a sus hermanos que no parecían tener prisa en que se diera la vuelta. Ella aspiraba a replicar el modelo de su madre: ama de casa, seis hijos, pancakes con jarabe de arce. De hecho se casó temprano, aunque con una condición que su futuro marido aceptó sin rechistar: “si un día me pide Springsteen que me vaya con él, me iré”. Ays. Si un día me propone lo mismo Liv Tyler, ¿qué hago?

El 27 de noviembre de 1987, la banda, acompañada por el bajista Alan Anton, entró en la iglesia de la Santa Trinidad, en Toronto, para grabar en una única sesión de un día lo que ha sido su disco más reconocido y aclamado. Se convirtió en un álbum de culto y se vio gratificado con un montón de premios –figura en la página 593 del libro “1.001 Discos que hay que escuchar antes de morir”, una pequeña broma teniendo en cuenta que el álbum no ayuda precisamente a permanecer vivo-, gracias a dos canciones: una versión de Sweet Jane, del Velvet Underground, más lenta aún que el original, y un tema original, la preferida desde entonces de la cantante, Misguided Angel. Bonita y tristona.

Venga Dominguero Junkie, ponte las zapatillas de terciopelo, luego zumito y a misa.

 

 

 

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