En el fondo ¿por qué somos tan anti americanos? Hablo por mi, claro, aunque la sensación que prevalece es que estamos ante una tónica bastante general. [buf, esto de “…prevalece es que estamos ante…” suena a periodista, ojo Fiouck, vas por mal camino]. Hay mil motivos, ahora listaré algunos pero, no quita que fascinan. Por ejemplo, la de veces que soñé con darle a Bush “an enormous blowbogey” –algo así como un enorme soplamocos, Fiouck Translator-, pero claro, se tenía que caer desde lo alto de un rascacielos kilométrico sobre el techo de un coche de 10 metros de largo conducida por una rubia platina de tetas considerables…y sobrevivía, como no.
Otro ejemplo. Hasta esta mañana, no conocía a Sean Rowe, pero me encontré con una reseña de su último álbum, Madman, y sólo con leer “…sigue con su paseo por los estados desunidos, en busca de un sentido…”, he de confesar que me detuve. Lees lo mismo de Jianu Popescu, cantautor rumano, y te rascas el bajo vientre pensando en qué hay de comer a mediodía. Pero das con un yankee confuso, y parece que la tierra deja de girar.
A ver, antes de seguir con el amigo Sean, la tan anhelada lista de razones por las que no nos gustan los americanos. Primero se han apropiado la palabra América. ¿Con qué derecho? América es tanto del chileno más austral como del alaskiano –o como se diga- más septentrional. Luego son violentos. Buscan en países exóticos armas de destrucción masivas inexistentes cuando las tienen a millones en sus propios hogares. Son incultos. No lo serán más que otros pueblos, pero este es un tópico del que les va a costar deshacerse. Son puritanos. Lo han inventado todo en materia de porno –el país de John Striker, the man who gives but never takes- y el país entra en ebullición por un trocito de pezón en no sé qué gala televisada. Se creen el ombligo del mundo. Mira un mapamundi, están completamente a la izquierda –es un decir-. Les importa un pepino el día de mañana. Sobre todo cuando el mundo se dispone a despertarse en chino. Y lo dejaré en esto, que no tengo todo el día y tú tampoco.
Sean Rowe es un hobo. Esta palabra estadounidense –soy un poco psicorígido con el uso del término “americano”- se refiere a Homeless Bohemia. No quiere decir méndigo, sólo que no tiene domicilio. Lo suyo son las vías del tren. Seguirlas hasta el próximo pueblo, e indagar. Oler, tocar, probar, catar. E irse si no hay empatía, si sabe raro, con la guitarra al hombro.
La suya –de guitarra, a ver si sigues- es blues. Country blues. No soy nada especialista, y en principio no me pone. Cero patato. Pero esta mañana, después de quedarme atrapado por su particular búsqueda, escuché parte de su último álbum, el cuarto, Madman. Y vaya, me ha encandilado. Escucha la canción homónima, estas percusiones, la guitarra suave, el piano ligero, la voz de oso que es, es simplemente genial.
Sean Rowe tiene barba, pero no es un indie pop al uso. Basta con ver sus manos, no parecen haber tocado muchos smartphone, más bien troncos y zarzas. Porque cuando no graba discos, Sean Rowe vive en los bosques, la carretera, los graneros de heno, cantando para quien le de cobijo. Huye todo lo que puede, pero su música no es triste ni ajusta cuentas. Lo suyo son los espacios y encontrarle algo de sentido a todo ello.
LLama la atención, ¿verdad? Pero, ¿por qué tiendo a creer que sólo pasa en los US?
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