Michel Legrand – Verano del 42

Volvamos al aire libre, dejemos los barbudos retrasados mentales de ayer, e interesémonos por un imberbe de quince años. Hermie, así se llama, con sus dos amigos de toda la vida, pasa el verano en la isla de Nantucket, en frente de las costas de Massachusetts –es extremadamente difícil escribir bien este estado americano, yo lo consigo, paz en el mundo-. Estamos en 1942, verano del 42, la segunda guerra mundial hace estragos a 6000 kms de aquí, pero Hermie tiene otras preocupaciones. Le hierve la sangre, no tanto por el calor de fuera, sino por las chicas que le rodean. Se levanta febril, acorralado por miles de tetas felinianas, y se acuesta enfermizo, perseguido por cientos de culetes joviales –yaaaaaa, y quéééé, es asíííí, yo también pasé por esto-. Hasta que un día se queda fulminado –y atontado bien hay que decirlo, es algo horripilante el chaval- después de ver a su vecina de playa.

La vecina mola, claro está. Tiene el doble de años que el pobre Hermie, al que sus amigos tienen que venir a arrancar de la duna, cuando ya llevaba 4 días petrificado en su toalla de los Nets. Babeando. Una sonrisa idiota en la cara. El nirvana veraniego. “Me puedo morir”, se le puede oír gemir de vez en cuando. Quien sí ha fallecido es el marido de la moza en cuestión, al igual que miles de sus compatriotas mandados a Europa en socorro de un continente a la deriva. Así que cuando él se entera de la triste noticia, la consuela durante una noche, como haría cualquier hombre con su amada, pero cuando se despierta al día siguiente, ve como ella ha desaparecido, para siempre. Buf, pobre Hermie.

un été 42

De hecho, parece que Verano del 42 fue una película nefasta para casi todos, menos el compositor de la música, el francés Michel Legrand. Después del golpe maestro que representaba la película, a Gary Grimes –Hermie- no se le volvió a ver, o casi. A Jennifer O’Neil le pasó tres cuartos de lo mismo, más o menos. El Director, Robert Mulligan, después de ser nominado por segunda vez a un Golden Globe Award, nunca más volvió a brillar. Así que de la película queda una BSO hermosa, nostálgica a más no poder, que le valió a Michel Legrand el segundo Óscar de su carrera.

Michel Legrand, hijo del compositor Raymond Legrand y de la hermana del Director Jacques Hélian, estudió el piano y la composición en el Conservatorio de Paris, de 42 a 49, recibiendo clases de la mismísima Nadia Boulanger –buf, me hago viejo, es la tercera vez que se habla de ella en esta semana-. Su hermana Christiane fue miembro de la banda de jazz Double Six y las Swingle Singers, durante los años 50. Después de la segunda guerra mundial, dedica varios años a mejorar su estilo y el aprendizaje de varios instrumentos. En 1951 empieza a componer y arreglar temas para orquestas de su padre, quien le introduce en el mundillo de la chanson “ligera”, como Maurice Chevalier. Tres años más tarde, un disco con versiones jazz de canciones francesas, publicado por el sello americano Columbia, es un tremendo éxito, con más de ocho millones de álbumes vendidos. En los años siguientes, se codea con los más grandes, Miles Davis, John Coltrane, Bill Evans, convirtiéndose en el primer europeo en trabajar con los maestros del Jazz.

A partir de 1960, cambia radicalmente el rumbo de su carrera y empieza a dedicarse totalmente a la música de películas. Al principio para Directores franceses –Agnes Varda, Jean Luc Godard, Jacques Demy, etc-. Después de conocer la gloria en Francia por la BSO de Les Parapluies de Cherbourg, decide probar suerte en los US. Contando con la amistad de Quincy Jones y Henry Mancini, Michel Legrand logra hacerse un hueco, empezando por la BSO de El Caso de Thomas Crown, que le vale un primer Óscar. Dos años más tarde, recibe el mismo galardón por Verano del 42 –se llevará una tercera estatua por Yentl, con Barbara Streisand, en 1983, y culminará con veintisiete Grammy Awards en toda su carrera-.

La canción principal de Verano del 42, que dejo para escuchar, me es muy especial, por nada en particular, simplemente me suena tremendamente nostálgica y emocionante. La película es indiscutiblemente bonita, pobre chaval, pobre mujer, la vida es una mierda, ¿verdad?

 

 

Escucha Verano del 42, de Michel Legrand

 

Rock School Kabul

Cada cual vive su vida agarrándose a su particular escala de valores humanos. Humano, es decir, el valor por encima de cualquier otra consideración social, cultural, religiosa, etc. Una especie de escala de Richter de la empatía al revés, partiendo desde arriba, donde la gente buena de verdad, bajando por escalones dignos –estando yo en uno de estos, di que sí-, siguiendo por peldaños cada vez más resbaladizos y menos relucientes, adentrándose por pisos sin mucha luz, donde reina la maldad y la vileza, bajando, bajando y bajando hasta el último eslabón, donde los psicópatas, el terror, el dolor. Una singularidad, desde donde la luz no escapa, y donde la vida tiene un valor muy relativo, prácticamente insignificante. Sin embargo, si te fijas bien, en el suelo, se vislumbra una trampilla de madera, pesada, húmeda, fría, casi sellada en el suelo; si te da por levantarla, aparta la nariz mientras exhala aire corrompido. ¿No los ves allí abajo? Enciende una cerilla y acércala, sí, allí están, los Talibanes.

Mezclados, eso sí, con primos no muy lejanos –en la actitud y las enseñanzas- de otras ramas religiosas. Cuando me refiero a ellos, no pretendo meterme en creencias, en fe. Me la refanfinfla, mi ateísmo feliz me lo impide. Hablo de las desviaciones que los extremismos generan, y la prohibición absoluta de cualquier deseo de enriquecer su vida con otra cosa que no sea la palabra de Dios, Allah, Yave, etc. Y ya que estamos en un blog de música, hablemos de los Talibanes y la música –en otro post hablaré de los judíos ortodoxos, y los católicos fundamentalistas, no temes-.

«Talibanes y la música, toma 1…  ¡Acción!… ¡Corten!. Recoged todo el material, se acabó el reportaje». Es que es así, no hay nada que contar sobre la música en el mundo de los Talibanes. Se inventaron un ministerio llamado “Ministerio para la promoción de la virtud y la represión del vicio”. Este organismo prohibió el teatro, el cine, la televisión, los ordenadores, las cámaras de foto, los reproductores de cintas. Animó la quema de instrumentos de música y los cassettes, fomentó la violencia contra los músicos y su encarcelamiento, pidió a la población que rapara la cabeza de los que todavía se atrevían a escuchar música, aunque fuera religiosa. Convirtieron a Mozart, Ravi Shankar, The Rolling StonesA.R. Rahman, NirvanaNusrat Fateh Ali Khan, U2Um Kalsum y millones de creadores de emoción, belleza y sentimientos, en el blanco de la ira de algunos miles de locos de otro planeta. Fuck The Talibans.

Rock school Kabul

A qué viene todo esto? A que aún así, a veces, parece que un destello de luz sí sale de la cueva. Si bien la sociedad de Kabul sigue siendo muy conservadora, los Talibanes ya no mandan tanto. Menos aún en la Rock School Kabul. Abierta hace dos años, en el salón de una casa de la capital afgana, de la mano de uno de sus fundadores Humayun Zadran, esta escuela tan particular acoge hoy a cerca de 40 alumnos, que ensayan todo el día con los instrumentos que se han podido salvar. We Will Rock You, de Queen, tiene la palma. Pero también suena Knocking’On Heaven’s Door, de Dylan. Y Linkin Park. Y heavy metal, interpretado por chavales que no llegan a diez años. En las paredes se han pintado graffitis en honor a los héroes de esta juventud afgana que se atreve, en especial un retrato inmenso en blanco y negro de Jack y Meg White, de The White Stripes. Todo hecho posible gracias a las donaciones de entidades privadas o públicas de fuera, como el Banco Mundial, de la ONU, y al compromiso hermoso de extranjeros que dedican su vida a enseñar la música a los novatos del barrio. Como Robin Ryczek, violoncelista norteamericana de Bostón, 29 años, que decidió marcharse a Afganistán después de una única llamada de un amigo con el que había viajado a Oriente Próximo años antes. Me quito el sombrero, Madame.

Así que hoy, no propongo ningún disco o canción para escuchar en especial. Un día señalado para escuchar toda la música del mundo, pensando en que no todo el mundo lo tiene tan fácil. Viva la música. Viva las músicas, y Fuck the Talibans. Rock’n’Roll.

 

keith Jarrett – The Köln Concert

En la segunda mitad de los años 60, Keith Jarrett solía tocar en uno de los múltiples garitos Jazz del barrio latino de París -St Germain-, el Cameleón. Ahí empezaba a deslumbrar con su particular técnica, muchas veces basada en la más absoluta improvisación. Hubo una época en la que venía a escucharle todas las noches el mismísimo Miles Davis. Un día se le acercó, a medio camino entre fascinado e intrigado, y le preguntó: “¿Cómo lo haces? ¿Cómo puedes tocar a partir de nada?”. Keith le contestó: “No lo sé. Porque la pregunta no es esa, la realidad es la de saber si un músico concibe la nada como la falta de algo, o como un ‘lleno’ que surge espontáneamente”. Este es el post nº 281 del blog, y posiblemente sea esa la frase más inteligente que en él se ha leído. Bueno, naturalmente quitando algunos chascarrillos que he ido soltando por ahí, ¿eh?

Keith Jarrett va para sus 70. Vive aislado, cerbero de su propia vida privada, a hora y media de Nueva York, en medio de bosques y lagos, en una finca muy grande, protegida de los curiosos por un alambrado no muy acorde con la idea que se hace uno de uno de los grandes pianistas de este siglo. Corren leyendas sobre esta mansión, se cuenta que tiene un salón con grandes ventanales abiertos hacia la naturaleza, con dos Steinway & Sons cara a cara, uno negro y otro blanco. Leyenda total, no existe esta habitación. En su fortín, recibe poco, menos a los medios, pero cuando lo hace, se sincera. Hace más de quince años, casi le hunde una enfermedad rara, que los médicos terminaron llamando el síndrome de la fatiga crónica. Tardo años en salir de ella, en base a pelear, mucho pelear. Desde hace diez años, ha vuelto a componer, y sobre todo, lo que más le gusta en la vida, a improvisar.

La improvisación es un arte que pocos pianistas manejan como Keith Jarrett. Improvisar no es otra cosa que sentarse frente a un instrumento, en este caso el piano, sin tener ni la más mínima idea de qué tocar, y ofrecer una actuación coherente, potente, bonita, emocionante. Su formación de pianista clásico le ayuda mucho, porque requiere una gran técnica. Empezó muy joven, con tres años, y con ocho dio su primer concierto clásico, en su ciudad natal de Allentown, en Pensilvania. En esta primera actuación, tocó Bach, Mozart, y terminó por dos obras suyas, siendo una de ellas improvisada. Ocho años. Wow. Con diecisiete años, rechazó una beca para ir a París a estudiar en la escuela de Nadia Boulanger –ya mencionada en este blog varias veces como una de las profesoras de piano más legendarias del siglo XX-. Más adelante, sí aceptó entrar en la Berklee School de Bostón –los más asiduos recordarán que esta escuela ya se mencionaba ayer en el post dedicado a Esperanza Spalding-. Una vez adulto, pasa del clásico al jazz, y empieza a tocar con bandas de todo tipo, en las que su arte termina quitándole el estrellato a músicos mucho mayores. Muy al principio de los 70’s, se convierte en paralelo en el pianista de la formación de Miles Davis. Dos años más tarde, logra grabar su primer disco, con sus primeras composiciones, directamente de la mano de uno de los productores musicales de jazz más afamado, Manfred Eicher, dueño del prestigioso sello del mismo nombre. Es este mismo Manfred Eicher, que, tres años más tarde, grabará el famoso concierto The Köln Concert, uno de los discos más famosos de la música moderna.

Keith Jarret the koln concert

En enero de 1975, la Ópera de Colonia invita a Keith Jarrett a dar un recital, durante la gira que el músico está realizando en Europa, desde dos años atrás. Un concierto y la grabación resultante se hacen famoso, al margen de la calidad de la actuación y la grabación, cuando todo está en su contra. Aquel día el artista se sentía fuera de lugar, agotado por la falta de sueño, con dolores de espalda, pero sobre todo particularmente enfadado por la calidad del piano que la organización le había dejado para la ocasión, muy alejada de lo que él había solicitado, todo por culpa de una huelga de transporte. Hasta el último momento estuvo dudando entre tocar o marcharse. Finalmente, se sentó frente al piano, y empezó reproduciendo las cuatro notas de la musiquilla de llamada a la orden del recinto musical. El público primero se extrañó, pero pronto se dejó invadir por esta extraña sensación de estar presenciando algo inmenso, mágico, casi de ciencia ficción, más de una hora de música improvisada de la primera a la última nota. Aquella noche Manfred Eicher y el técnico de sonido Martin Wieland hicieron malabarismo para grabar el concierto de la mejor forma posible, y pasaron días encerrados en el estudio para sacar el mejor sonido posible. Desde su publicación, The Köln Concert es con creces el disco de jazz, pero también el disco de piano, más vendido de la historia. Más de tres millones y medio de ejemplares. El disco que posiblemente más hizo para acercar un público inepto –como yo, dirán algunos lectores, ajem- al jazz.

Keith Jarrett, después de salir de su enfermedad, volverá a repetir la hazaña en 2002, en Japón, en dos actuaciones igual de legendarias. Pero el disco que abrió el camino y se quedará para la eternidad es el de Colonia. Fabulosa obra. Lamentablemente sólo tengo la Part II a para proponerte. Aunque esta es la que más me gusta a mi. De joven tenía el vinilo, uno más que se me fue, desesperante.

 

 

Escucha parte del Köln Concert, de Keith Jarrett

Esperanza Spalding – Black Gold

Casi casi le gana Dante di Blasio a Esperanza Spalding, por el premio al pelo afro más abultado. Dicen que el padre del chaval ganó los recientes comicios en la ciudad del CBGB gracias, en parte, a esta enorme bola de pelo que luce su retoño desde hace años -tendrá Álvaro Ramírez de Haro Aguirre que lucir dreadlocks o una cresta rosa para que su madre se meta a España en el bolsillo?-. No sé si un corte de pelo puede influir en unas elecciones, lo que tengo claro es que Esperanza Spalding no debe su creciente fama a su particular melena, sino sólo a su enorme talento para darle un aire fresco al jazz y por tocar como pocos un instrumento que duplicará a la artista en peso y volumen.

Dice esta norteamericana que oyó la llamada de la música clásica con cinco años, al ver en la tele un programa infantil en el que actuaba Yo Yo Ma, francés de origen chino afincado en los US, posiblemente el mejor violonchelista de este siglo. Hace de ello veinticuatro años –esto para que calcules su edad-. A raíz de ello, su madre la inscribió a un curso gratuito de la comunidad para que aprendiera el violín –no fluía precisamente el dinero en este barrio pobre de Portland, en el que su madre muchas veces le ordenaba que agachara la cabeza en casa para evitar balas perdidas-, y desde el principio mostró grandes dotes. En un campamento de verano, compuso un pequeño quinteto en un mini concurso, pero le dieron el premio a otro chaval por no creer que la obra fuera de ella. Siguió sus estudios de música clásica hasta entrar, gracias a una beca, en la escuela Berklee de Boston, con 16 años. Cuatro años más tarde, se convirtió en la profesora más joven del prestigioso centro.

Pocos años antes, había descubierto por casualidad el contrabajo, y se hizo con él. En paralelo también se puso a cantar, por obligación, para tocar en bandas y ganar el dinero de su alquiler. Se unió a un grupo de jazz que buscaba a un bajista y un cantante, se propuso cumplir con ambas tareas. A partir de ese momento, creció su fama, y su pelo. Hoy se la considera como a una grande. La revista Down Beat, que será algo así como el NME del rock, la sitúa en el #5 de las mejores bajistas, y en también en el #5 de las vocalistas –detrás de grandes voces como la de Dee Dee Bridgewater-. Y con tan sólo 29 años. Sin embargo huye del estrellato y de los focos, lo suyo es la humildad y la reflexión sobre el jazz. Es consciente que la palabra Jazz en sí no ayuda, que muchas veces tiene “estereotipo negativo y connotación pesada”, tal como reconoce. También le enerva sobremanera que se tache de pop la música que hace. Sólo quiere que se le escuche y se disfrute, sin etiquetas.

Esperanza spalding black gold

En 2009, Obama le pidió expresamente que tocara durante la ceremonia de entrega del Nobel de la Paz –menuda farsa, cuando te enteras del caso Snowden-. Acudió, sin más entusiasmo, porque, como dice ella, es ciudadana americana porque paga sus impuestos allí, pero no se siente identificada con la política de su país. En 2010, es Prince quien la llamó, para que ensayaran juntos, en sesiones privadas; luego tocaron en alguna gala, ella asombrada por estar codeándose con él. En 2011, por su álbum Chamber Music Society, el tercero de su carrera, ganó el Grammy a la mejor artista revelación, delante de Justin Bieber –no, no diré ninguna burrada sobre este engendro-. En 2012, toca en la sala Joy de Madrid, y en más lugares de España, ella tan feliz. En 2013 Fiouck le dedica un post en su blog. Jatetú la progresión en cinco años. Va para grande la moza.

Luego vendrán los fans de la primera hora a tirarme de la oreja por la canción que te dejo escuchar. Es cierto, no es posiblemente la más representativa de su repertorio, pero como ella dice, “hay que escuchar y disfrutar”. Esperanza Spalding, a dúo con Algebra Blesset, interpretando Black Gold. Súper bonita.

 

 

Escucha Black Gold, de Esperanza Spalding

 

Icehouse – Hey Little Girl

Hey Little Girl, bonita balada pop de 1982. Durante mucho tiempo creí que era una de David Bowie. Y luego recapacitaba y decía, que no, esto es Roxy Music. A veces se me iba la olla y llegaba a la conclusión de que era Duran Duran. Total, estuve veinticinco años sin saber quien era. No impide dormir, pero en fin, demos al César lo que es del César, esta canción es de Icehouse, un combo “pub rock” australiano con treinta años de carrera y nueve álbumes de estudio.

Icehouse Primitive Man

Icehouse fue el proyecto del único superviviente de la banda a lo largo de todos estos años, Iva Davies. Allí, al otro lado del planeta, se le llegó a llamar el David Bowie australiano. Un Thin White Duke con marsupio grande delante, de la que se sacaba de vez en cuando un nuevo hit local. He dicho local, porque apenas le llegaba para traspasar fronteras y cruzar mares. Llegar hasta Europa lo consiguió en 1982, con Hey Little Girl, del segundo disco del grupo, Primitive Man. Lo que iba inicialmente para proyecto solo de Iva Davies se convirtió en el álbum más vendido de Icehouse, que les dio fama, dinero y probablemente sexo fácil –y yo qué sé…- en su país. Fue la primera canción australiana en utilizar las bondades del Linn Drum Machine. ¿WTF The Linn Drum Machine? Wikifiouck: El Linn LM-1, fabricado por Linn Electronics, fue la primera caja de ritmos (drum machine) que permitía utilizar samples digitales a partir de baterías acústicas. Apareció en 1980, costaba algo así como 5.000 dólares, y fue la novia dócil de un montón de artistas que la adoraban, como Prince y Michael Jackson.

Así que por aquí estuvimos escuchando Hey Little Girl durante el invierno 1983, estrujándonos los sesos para poner un nombre sobre el autor de esta bonita canción. Aire nostálgico. Será porque anuncian lluvia para mañana.

 

 

 

Escucha Hey Little Girl, de Icehouse

Citizen Cope – The Clarence Greenwood Recordings

El otro día, una lectora del blog, una de los 800 millones que lo leen a diario –¿no será una risita tonta lo que acabo de oír?-, compartió conmigo una canción pensando en que me podría gustar tanto como a ella. Bingo, me entusiasmó. Me gustó a la primera, el típico tema que sabes que detrás tiene que haber más y que te va a gustar todo lo que hace. Pero tontamente no me quedé con el nombre completo ni con el link –los fines de semana toca gintonic-, sólo me acordaba del apellido. Cope. Merci Madame, ajem, lo que he sufrido para volver a localizarle y poderle dedicar este post con olor a lunes.

Porque músicos que se apelliden Cope, hay para aburrir. El primero que me viene en mente es el amigo Julian Cope, ex líder de The Teardrop Explodes, banda punk de finales de los 70’s, también conocido como especialista en cultura neolítica, poeta, activista, escritor de ensayos. Luego tenemos a Pierre Cope, bajista de un grupo efímero llamado The Void, y luego del dúo Dinger, con su comparsa Andy Bell, que luego formaría Erasure. También está Miles Cope, músico de jazz US, Kenneth Cope, compositor de música religiosa –que sí, que los hay-, Jay Cope, cantante de hip hop y rap US –no podía no haber un Cope rapero-, y Nick Cope, cantautor inglés. Lo más probable es que haya más. Pero en fin, en ese momento di con el mío, él del post de hoy, Citizen Cope.

Citizen Cope Greenwood

Merci Madame, la búsqueda ha merecido la pena. Clarence Greenwood se llama el Ciudadano Cope; es americano, escribe, produce e intérpreta una música muy personal, mezcla inteligente y brillante de blues, soul, folk, rock, y si me atrevo, de rap. De hecho inició su carrera hace quince años como miembro de un grupo de hip hop de Washington llamado Basehead. Voz ronca y barba de cinco días que seducen a las chicas. Y un talento que vuelve loco a los medios. Rolling Stones escribió de él “Citizen Cope mezcla hip-hop con folk, soul y blues, y siente profundamente esta fusión, ofreciendo acordes y armonías poco comunes que combinan una delicada disonancia con destellos inesperados de belleza”. Justo lo iba a decir. The Washington Post lo nombró “el mejor artista de soul de la ciudad desde Marvin Gaye”. Ya tiene cinco álbumes en su poder, sin contar uno que publicó hace veinte años, pero del que sólo se editaron 500 copias. Yo te dejo con cuatro temas del segundo, de 2004, llamado The Clarence Greenwoods Recordings. Te va a encantar, lo sé. De elegir una, me quedo con Pablo Picasso. Buf, qué bonita.

 

 

Escucha los mejores temas de The Clarence Greenwoods Recordings, de Citizen Cope

XTC – Making Plans For Nigel

Finales de los 70’s en UK. Empieza y finaliza la disco music. Irrumpe y estalla el género punk. Se acaba con el rock progresivo. Aparece la new wave y el rock gótico. Nace y muere el ska. Se hace grande el reggae, se afianza el hard rock, renace la pop. De 75 a 79 la música es un hervidero de estilos y mini revoluciones más o menos duraderas. ADN rock’n’roll. Un día llevas cresta rosa, al día siguiente sales con melena rubita, dos días después luces pelo grasiento hasta los riñones. Por la mañana pidiendo desobediencia civil, por la tarde probando nueva chaqueta con lentejuelas, por la noche acostándote borracho con tu Harley. Fue divertido, aunque me cachis, a mi me faltaron algunos años para poder disfrutarlo sin tener que pedir permiso para salir de noche. Aunque más complicado lo tuvieron algunos grupos, que no encontraron nunca su sitio, como si el público hubiese llegado a saturación de géneros y estilos. XTC por ejemplo.

XTC se forma en 1974, con el cantante Andy Partridge al frente, y en la sombra, el bajista Colin Moulding. Lo van a intentar todo, mezcla brillante de Joe Jackson, Talking Heads, o Clash. Incluso algo de éxito van a tener, pero fundamentalmente la fama del grupo no ha estado nunca a la altura de su talento. Empezaron un poco experimentales, con dos primeros álbumes que quedan bastante en el olvido –la verdad es que ni los conocía-, antes de postular por un puesto en el altar con su tercer disco, Drums & Wires, de 1979. El disco propuso una serie de canciones para enmarcar, aprovechando que el vendaval punk se había convertido en ligera brisa oliendo a rancio. Pero no fue la primera vez que el público resultara ser jodidamente ingrato. Le dio la espalda a tremendas canciones como Ten Feet Tall, Life Begins At The Top, Day in Day Out, That is The Way. Y la enorme Complicated Game, guiño a los grupos de cold wave emergiendo por toda Inglaterra, como The Cure. Con voz entre Morrison y Strummer. Lo reconozco, se me había olvidado por completo esta canción, cuando estamos hablando de una joya de la época. Más de 5’ de endecha de otro mundo, vamos, voy a tener que quitar una canción de mi top 20 histórico. Voy a pensar cuál. Tengo toda la noche, ¿queda ginebra?

XTC Drums and Wires

Y luego, la guinda, Making Plans for Nigel. Canción Rock básica perfecta. He buscado y rebuscado la formula para calificarla, eso de “rock básico perfecto” me parece lo más adecuado. Sencillez imparable. Ya oigo a lo lejos voces disonantes con lo de siempre “ya está bien con tanto ochentero”. Discrepo su señoría, primero estábamos en el 79, y segundo esta canción se podía haber escrito mañana. Otra cosa es que tuviera más éxito ahora, posiblemente no, porque curiosamente con 1000 veces más medios que en aquella época, se ha reducido el número de canciones que se escuchan a su más mínima expresión. Total, Making Plans For Nigel, una canción que pretendía denunciar el paternalismo en boga en UK por estos años -los planes que dibujaban los padres para sus retoños-, no pasó del #37 en las listas inglesas. El puesto más alto al que llegó la banda en sus casi treinta años de carrera. Es incomprensible, aunque puede enorgullecerse de haber compuesto uno de los temas más representativos de esta época. Batería algo atmosférica, guitarras ligeras marcando el ritmo, bajo poderoso, estribillo pegadizo. Es básico, es sencillo, es enorme.

Venga, date un respiro, luego zumito y a misa.

 

 

Escucha dos de los mejores temas de Drums & Wires, de XTC