Hay una etapa de la adolescencia en la que vas a todas partes arrastrando pies y alma por ser incapaz de decidir qué maldita carrera vas a elegir. No es que te preocupe tu futuro –te parece mucho más importante la notoria falta de interés de la nueva vecina por tu persona-, es solo que te gustaría que tus angustiados padres dejaran de cargar esta presión encima de tus endebles hombros. A mi me pasó, pero lo resolví con toda la sabiduría de un Tomate espabilado: me puse el listón tan alto que no me quedó otra que pasar de estudiar ninguna carrera.
Boston – Boston
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