Hoy tocaba vaciarme. Aliviarme de todo el peso y los nervios acumulados. Para ello nada mejor que una larga sesión de percusiones y tambores, tribales y brutales, con el volumen alto. El tambor –en todas sus formas, materiales y acepciones posibles- tiene esa ventaja: con una alta dosis, te deja reventado, feliz, como nuevo. No por nada es el instrumento más universal, presente en prácticamente todas las culturas, desde hace miles de años. Conlleva reunión y comunión, aunque al final uno lo siente dentro de si, reparador, regenerador y euforizante. Como el chocolate. Quiero decir, el de cacao.
Percusiones Del Mundo
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