Cuando una película lo reúne todo, unas criticas sinceramente admirativas, una recepción deslumbrante por parte del público, una cantidad escandalosa de premios, y esa resonancia especial en la sociedad, siempre hay algún mamarracho necio –se me ocurría un sinfín de palabrotas más, pero me dicen que tengo que cuidar un poco más los modales aquí- para ponerla a parir. La típica postura para quedar guay en una charla, a ver si la rubia de al lado cae rendida. Puede funcionar, si la rubia es también una mamarracha necia –no, no me harás decir lo que no he dicho-. Ya, lo sé, cada cual puede opinar lo que quiere, pero decir “sensiblería grotesca, realización vergonzosa, compendio de bobadas” como he podido leer, si no es de juzgado, como mínimo se merece un pequeño soplamocos para ayudar a despejar esta mente gruñona. Francamente, para qué ser aguafiestas? Amélie Poulain es una película que te llena la cabeza y el corazón de felicidad, este instante fugaz tan difícil de alcanzar.
Yann Tiersen – Amélie Poulain
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