En 1170, en un rincón olvidado del planeta, Madoc ab Owain Gwynedd –Madog para los amigos-, hijo del difunto rey galés Owain Gwynedd –nada que ver con la Paltrow-, ante la disputa que reinaba entre los trece hijos del monarca para quién iba a sentar su augusto culo en el trono, surcó hacia el Atlántico con una tripulación de un centenar de hombres. Llegó a unos costas vírgenes donde montaron una colonia. Volvió Madog a Gales a por más compañía, femenina supongo, y se fue otra vez para allá, tan contento con su descubrimiento. Porque las costas en cuestión, parece ser que no eran otras que las de Florida, tres cientos años antes de que el marinero tramposo italiano Cristobal Colón, patrocinado por Telefónica la Corona de Castilla, pusiera un pie por ahí también. Pero nunca volvió ni se supo más de él. Hoy se sabe que es una leyenda, hasta se duda de la existencia de Madog, pero los galés se la transmiten de generación en generación, con mucho orgullo, en cymraeg, el idioma secular que suena más raro que el Quenya élfico de Tolkien –ays, Lyv Tyler, buf-.
Gruff Rhys – American Interior
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