Screamin’ Jay Hawkins – I Put A Spell On You

Los americanos tienen un arte especial para inventarse nombres artísticos. Cogen su rasgo más emblemático y se lo pegan de mote. Imagina aquí una Pataletin’ Hope Aguirre, Ordinarin’ Rita Barbera, Moneycountin’ Alf Rus, Defraudin’ Louis Bárcenas, Gilipollin’ Joe Mary Aznar, Grandullin’ Peter Sánchez o Coletin’ Paul Church. Mola. Tendrían más votos, no lo dudes.

A Screamin’ Jay Hawkins le pasó lo contrario. A pesar de que su nombre figure para los siglos de los siglos en la estela del rock’n’roll –ya sé lo que vas a decir, era un bluesman, pero su actitud era de lo más rock-, fue repudiado por su país. Menos mal que Europa le hizo un hueco a la medida de sus gañidos.

Nació como Jalacy Hawkins, en 1929, en Cleveland, Ohio. Fue parcialmente criado por su madre y por indios Blackfoot. Dejó el colegio con quince años y se enroló en el ejército para animar espectáculos para los soldados desplazados a Alemania, Japón y Corea, aunque en esta época su pasión era el boxeo. Con veintidós años, un encuentro fortuito con el guitarrista de Jazz Tony Grines le alejó definitivamente de los rings para acercarle a otro más peligroso, los escenarios.

Screamin' Jay Hawkins

Para Tony Grines, Screamin’ Jay Hawkins hacía de todo, chófer, guardaespaldas, factótum. A cambio el músico le dejaba de vez en cuando tocar y cantar, acompañados por los Rocking Highlanders. Durante los años siguientes dio pequeños conciertos donde podía, incluso llegó a irse de gira con Fats Domino. Sus primeras canciones daban la nota: la mayoría hablaban de alcohol, como Baptize Me in Wine y I Found my Way to Wine.

Hasta aquel famoso concierto dado en 1956 en la ciudad de Nitro en Virginia, en el que se bautizó con el ruidoso mote que le hizo leyenda. Lo relató años más tarde de esta forma: “Yo no sabía cantar del todo. Aquella noche, en la primera fila, había esta mujer enorme, realmente enorme, imponente… del tipo monstruo de las galletas, bestial, obesa. A su lado cualquier elefante se hubiera parecido a la punta de un lápiz. ¡Pero era feliz! Engullía botellas de Black and White y Jack Daniel’s a la vez… y no paraba de mirarme. Se puso a gritar: “¡Scream baby, Scream, JAY !”. En ese momento me dije: buscabas un nombre de artista…. ¡aquí lo tienes!”.

El mismo año publicó su mayor éxito, I Put a Spell On You. Un pedazo de historia de la música popular, grabado bajo los efectos de una monumental trompa. Al día siguiente, en plena resaca, a Screamin’ Jay Hawkins le costó reconocer su voz en un tema plagado de berreos y eructos varios. La canción provocó todo tipo de reacciones. El público joven se hizo con ella como reivindicación emancipadora. Los mayores, puritanos hasta a la médula, la aborrecieron de inmediato. Se creó tal presión alrededor del himno a la alegría que las radios prohibieron su programación. A pesar del boicoteo, se vendieron más de un millón de copias del disco, la única vez que el músico alcanzó estos números.

Desde entonces casi cada año sale una nueva versión, que se añaden a una lista descomunal: Nina Simone, la Creedence, The Animals, Jeff Beck, Bryan Ferry, Eric Clapton, Joe Cocker, Marylin Manson, Ray Charles, Bonnie Tyler, Shane McGowan –¡cómo no la iba a cantar este hermano de borracheras!-, The Kills… Nunca clasificada en su día en los charts por la censura, la canción figura en el #313 de la lista de las 500 canciones más grandes de la historia.

Incomprendido en su país, empeoró la relación con la sociedad americana cuando publicó el tema Constipation Blues -el Blues del Estreñido- en 1969, oda a estas largas temporadas que pasas en el baño cuando “la madre que le parió, no hay forma”. Dejó su carrera durante diez años, se marchó a Europa, se estableció en Francia, retomó su rumbo musical cuando descubrió que por aquí sí se le quería. No dejó nunca de actuar, en paralelo a una vida sexual desbordante. Se le atribuye la paternidad de cómo mínimo 57 hijos, aunque otras fuentes la cifran en 75. Y bebió, bebió, bebió, hasta reventar en un tren que le llevaba a París, en 2000, para lo que iba a ser una enésima actuación saturada de aullidos, borborigmos, eructos y pedos. Rock’n’Roll.

 

 

 

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