Pues hoy toca votar. Tú que puedes. Porque a mi, cada vez que hay comicios, me relegan a la zona gris de los ciudadanos de segunda. Como franchute, sólo me dejan votar por la alcaldía. Ni las autonómicas, ni mucho menos las generales. Después de veintidós años aquí, me parece absurdo y me pone de mal humor. Esto algún día tendrá que cambiar.
Y tantas cosas más tienen que cambiar. No pretendo inmiscuirme en tus asuntos, no dudo de que regentas tu vida lo mejor que puedas. Pero hoy hay que hacer algo. Las cosas no pueden seguir así, hay que acabar con la barra libre. Hay alternativas, elige la que más te conviene o la que menos repelús te provoque.
Inicialmente me iba a abstener, pero después de escuchar tantas veces en las últimas semanas que “las cosas no cambiarán nunca”, al final iré a poner mi papeleta. Enseñaré pasaporte y el folio A4 que me hace residente en España –¡otra absurdez! ¿no podríamos tener una tarjetita de plástico como todos?-. No me convencerá lo que hay detrás de mi voto, pero mañana mirándome en el espejo, tendré la conciencia tranquila. Que sí, las cosas pueden cambiar.
A change is gonna come. Esto cantaba Sam Cooke en 1963. Canción mítica clasificada en el #12 de la lista de las 500 canciones más grandes de la historia de la música popular por la revista Rolling Stones. Y no es para menos, es magnífica. Pero Sam Cooke ya ha tenido su entrada en el blog, así que hablaré de Luther Vandross, que la versionó en los años 90.
¿Por qué él? Es de los temas más interpretados, pero la mayoría de los artistas también han tenido su post aquí: Bob Dylan, Aretha Franklin, Terence Trent D’Arby, The Fugees, The Cold War Kids, Otis Redding, Tina Turner, The Righteous Brothers, The Supremes. Hasta Arcade Fire la cantó para soportar la campaña de Barack Obama.
Pero me gusta el amigo Luther porque tenemos un punto en común. En el fondo él también es un segundo fila. Por mucho que haya vendido más de treinta millones de álbumes en su carrera –truncada a los 54 años, buf, espero no parecerle demasiado-, no tiene la fama de otros artistas.
De hecho durante muchos años, sólo fue vocalista de coros de otras estrellas, como Chaka Khan, Bette Midler, Roberta Flack, Diana Ross, David Bowie, Barbra Streisand, Ben E. King, Carly Simon o Donna Summer. Hasta fundó el club de fans de Patti Labelle, su musa, del que era Presidente, y llegó a vivir de la grabación de cunas publicitarias para la radio.
Cuando se lanzó por cuenta propia, primero creó un quinteto llamado Luther, del que se sabe poco, hasta que en 1980 montó el grupo Change, que producía un batiborrillo de temas pop y dance, de la mano de un tiburón italiano francés llamado Fred Petrus –un buen vino el Petrus, si tienes una del 61, te la compro por algunos eurillos, que no vale nada en el mercado, juas-.
Declinó la oferta del productor de proseguir la aventura con un segundo disco e inició su carrera en solitario. Sacó trece álbumes de estudio y muchos recopilatorios, vendió muchos, muchos discos, logró ocho Grammy, de los que cuatro justo después de su muerte por un derrame cerebral, aunque ya venía sufriendo diabetes desde mucho antes. No se había casado, no tenía hijos y sus tres hermanos ya habían fallecido, por lo que se cuenta que dejó gran parte de su fortuna a la asociación contra el diabetes. Un buen tipo, el Luther. Otro punto en común, ja.
Te dejo con el original de A Change Is Gona Come, de Sam Cooke, y la versión de Luther Vandross. Luego ya sabes, zumito y a… votar. Ya irás a misa después.