Annie Clark –no confundir con Anne Clark, sacerdotista new wave de principios de los 80’s- podría haber acabado mal. Nacida en 1982 en Tulsa, Oklahoma, era sobrina de Tuck Andress, co-líder del dúo Tuck & Patti, un insípido y aburrido combo de jazz folk de los 90’s. En su adolescencia, la ingenua Annie hasta fue roadie de la banda, ilusa de ella. Con un pedigrí así, cualquiera terminaría anacoreta a 3.000m de altura, entregado a la contemplación, a comer el heno de las cabras y a blasfemar contra el frio que pela. Pero la falsamente endeble Annie lo convirtió en oportunidad para subirse muy joven a los escenarios como telonera de su tío, aprender a tocar de todo y decidir que de la música pensaba vivir.
Así es como se fue a estudiar al Berklee School of Music, en Boston. Esta escuela de música es con creces la que más veces he mencionado en este blog. En ella estudiaron Esperanza Spalding, Keith Jarrett y Safy Boutella –el co-autor del mejor disco de Raï, Kutche, con Cheb Khaled-. Y aunque todavía no han tenido su merecido post –ya vendrá-, también fueron alumnos Quincy Jones y Diana Krall, por mencionar solo dos más. Así que la Berklee va en serio, cuando sales de ahí, vas sobrado. Al dejar sus estudios, se fue a Tejas y se incorporó a The Polyphonic Spree, una banda pop rock psicodélica de supermercado, que supuestamente transmite un mensaje positivo y euforizante a las masas. ¿No será como salir del MIT –de Boston también por cierto- y dedicarse a estudiar la temperatura corporal de la comadreja durante la gestación? Como que un desperdicio, ¿no? Pero Annie es mucha Annie, su lema es “lo que no te mata te hace más fuerte”. Porque al rato conoce a Sufjan Stevens –ahí es cuando mis lectoras indie suspiran cerrando los ojos- y se marcha on the road con su nuevo comparsa de aventuras.
Es más o menos cuando cambia de nombre, para adoptar el de St Vincent, en honor al hospital neoyorkino en el que falleció el poeta Dylan Thomas en 1953 -de interesarse por Rafael Montesinos, se llamaría Ramón y Cajal, no mola para hacer de rockera-. A partir de 2007, encadena un álbum cada dos años. Primero Marry Me, mezcla audaz de folk y pop rock, que le vale el PLUG Award a la artista femenina del año en 2008. Estos premios ya no se dan desde precisamente aquel año, aunque no quiero ver ninguna relación entre una cosa y otra. En 2009 saca Actor, que sube hasta el #9 del ranking de los discos indie de Billboard. Dos años más tarde, le toca el turno a Strange Mercy, en la misma línea que los primeros dos. En 2010 colabora con Fatbloy Slim y David Byrne en el proyecto Here Lies Love. Aprovecha la ocasión para hacerse muy amigo del viejo verde y en 2012, los dos sacan un álbum en común, Love This Giant, que suena muy Talking Heads y del que se dice que es el mejor Byrne desde hace décadas.
Y eso es todo, hasta hace una semana, fecha en la que se publicó el cuarto disco de St Vincent, homónimo. Si te soy sincero, no había escuchado nada de ella hasta el momento. Craso error, me encanta -menos su pelo, eso de peinarse detrás de un reactor de avión no mola-. Su voz, su música, sus arreglos, su excentricidad, su falta de compromiso con las normas. Aunque muy variada, la propuesta final es súper coherente. Escucha Prince Johnny, hermosa. Escucha Digital Witness, euforizante. Escucha Birth In Reverse, rock’n’roll. Venga, escucha todo, que tengo que irme. Hala, ciao, mañana más.
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