Erik Satie murió pobre, muy pobre, casi en la indigencia. Se intuía, pero como no permitía que nadie accediera nunca a su pequeño estudio de las afueras de París, sólo se intuía. Cuando falleció, sus amigos que por fin pudieron entrar en la vivienda del pianista se quedaron perplejos –después de constatar que carecía de prácticamente todo- ante lo amontonado: dos pianos atados entre sí, una colección de falsos cuellos y otra de paraguas, y en el armario, trajes idénticos de terciopelo gris, con los que llevaba vistiendo muchos años. Y nada más. Tenía amigos que le podían haber ayudado, muchos amigos que se hubieran dejado la piel por él. Pero Satie nunca pidió. Ni rescate, ni lástima, ni limosna. Sobrevivió como pudo a una relación tumultuosa con el piano, iniciada cuarenta años antes.
Erik Satie – mayo de 1866, julio de 1925- es, dentro de la familia de los grandes pianistas del siglo XX, el que menos se predisponía a ello. Empezó muy tarde, con trece años-, de mano de la segunda mujer de su padre, Eugénie Barnetche. Esta profesora emérita llegó a decir que Erik odiaba tanto el instrumento como la música y el conservatorio. Sin embargo entró en esta afamada institución, en la que inicialmente sus profesores le vieron sin talento. Le echaron, le readmitieron, faltó múltiples veces a clase, finalmente se marchó para alistarse en un regimiento de infantería. A las pocas semanas, le declararon inútil para la mili después de que pasara una noche entera medio desnudo bajo la nieve para pillar de todo.
Con veintiún años, se instala en Montmartre, donde empieza a componer sus primeras obras, llamadas Ojivas, luego Gnossiennes, Gymnopédies, Vexations, Croquis, Agaceries, etc todos nombres prácticamente inventados o en todo caso ni representativos de sus obras ni relacionados con la música. Erik Satie, desde el principio, va a su bola, componiendo unas piezas de una aparentemente extrema sencillez y belleza. En realidad, sus obras son extremadamente sencillas y bellas. Ya ya, ésta era fácil.
En paralelo se hace amigo de la casi totalidad de poetas, músicos y artistas del París de finales del siglo XIX y principios del XX: Mallarmé, Verlaine, Debussy, Ravel, Cocteau, Picasso, Braque, Derain, Duchamp, Man Ray, Breton. Vamos, con esto y un bizcocho, hasta el piano –a que no tiene ni pies ni cabeza la frase ¿verdad?-. Durante sus cuarenta años como compositor y creador atípico, pasó de una vida bastante marcada por la religión católica a cierto ideal socialista, antes de abrazar casi al final el partido comunista de su localidad, si bien ninguna decisión fuera realmente fruto del conocimiento y la reflexión, ya que muchas veces sólo se movía por el cariño, el afecto y la empatía con causas que no manejaba necesariamente bien. Donde sí se sintió a gusto fue claramente con el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo. El “Velvet Gentleman” -como le apodaron en su día por los trajes de terciopelo que siempre llevaba- vivió en una situación de aguda pobreza económica, pero llegó a acumular una riqueza intelectual y emocional inestimable, como depositario de la amistad, el cariño y la simpatía de algunos de los autores, escritores, músicos y artistas cuyo legado hoy en día figura en los libros, museos y colecciones de todo el planeta.
Me lo podía haber currado más a la hora de subir temas para escuchar y tratar de ser original, pero las Gymnopédies están aquí para la eternidad. Hermosas, emocionantes e irrepetibles.
Escucha las Gymnopédies de Erik Satie
ooooooooooo maravillosoooooooo
ooooooooooooooo graciaaaaaaaaas 🙂
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