Hubo una época, no tan lejana, en la que los sellos importaban de verdad. Como escuchar música requería un soporte físico, vinilo o cassette, y comprarlos no generaba suspicacias del vecindario ni miradas atónitas de tus amigos, vendían, luego existían. Así podían permitirse auténticos lujos y producir música alternativa –en su acepción ochentera- de calidad, sin caer en concurso de acreedores al día siguiente.

4AD, ZTT, Factory Records y los tal vez menos conocidos Les Disques du Crépuscule, fueron un vivero audaz de sonidos diferentes en los que nos sumergíamos gozosamente. Sus dueños no tenían una hoja Excel en el maletín, tan sólo una multitud de cintas de sus últimos descubrimientos y un boli Bic para hacerles firmar contratos azarosos con happy end improbable. Amaban lo que producían y distribuían y sólo contaban con un puñado de periodistas apasionados que les hacía de plan de marketing.

Sin ellos, la década de los ochenta no tendría ese aura especial, esa etiqueta de banco de pruebas de músicas y sonidos cuyo eco perdura hoy. Claro, los 80 también produjeron cantidad de engendros patéticos, pero es innegable que durante estos años se cocieron géneros y estilos que rompieron con todo lo que se había escuchado antes.

Les Disques du Crépuscule fue una iniciativa belga, iniciada en 1979 por Michel Duval y Annik Honoré, asociados a Tony Wilson, de Factory Records. Al principio se trataba de montar la rama belga del sello inglés, pero todo se quedó en dos entidades autónomas. A Annik Honoré, nacida en 1957 y fallecida el año pasado, se la recuerda sobre todo por haber sido “amiga íntima” de Ian Curtis –según ella fue platónica, según la viuda del cantante de Joy Division fue algo más-, y fue la última en hablar con él por teléfono antes de que se suicidara en su cocina, el 18 de mayo de 1980.

A finales de 1979, abrieron en Bruselas el Plan K, un lugar cultural en el que tocaron Joy Division, Cabaret Voltaire, Orange Juice, Echo & The Bunnymen, Teardrop Explodes, The Durutti Column y un largo etcétera de bandas que te sonarán más o menos. Posiblemente menos que más, pero aún así el Tomate cretino te quiere mucho.

En el catálogo del sello, a parte de la mayoría de los antes mencionados, habría que añadir The Pale Fountains, Tuxedomoon, y una artista belga nacida en Japón, Anna Domino. Si tuviera que apostar por una cantante presente en el blog con la menor probabilidad de que te suene, sería ella. Pero el otro día me prometí que daría un repaso a todo lo que me había gustado en mi juventud para no olvidarme de nadie antes de llegar a las 1.000 entradas, y me acordé de ella, o mejor dicho de una canción de ella.

Corría el año 1988, yo todavía vivía en París y pasaba largas horas escuchando la única radio digna de la época, Ouïe FM (algo así como Oído FM). Durante algunas semanas, programaron sin flaquear este curioso tema, 88, cuya melodía monolítica e hipnótica me fascinaba. Sonaban las primeras notas con estas suaves campanillas y me quedaba quieto. Ni me atrevía a subir el volumen por miedo a que se acabara la magia del momento. Ya sé lo que vas a decir después de escuchar la canción, el Tomate más que cretino, es idiota. Pero ya sabes, todos tenemos a un saco pequeño de canciones que te llevarías a cualquier rincón del mundo sin importar su procedencia.

Anna Domino curiosamente nunca ha parado de crear, hace apariciones esporádicas por estudios del mundo para sacar nuevos discos y parece darle estrictamente igual que nadie sepa quien es. Por mi parte estuve más de veinte años sin escuchar esta canción y me costó sangre y lagrimas dar con su nombre, a pesar de poder tararearla perfectamente -esto mismo me pasó recientemente con The Maisonnettes y su Heartache Avenue-. Hoy tengo el mp3 en el móvil y en el ordenador. Tesooooroooo, mi tesoorooo.