Qué poca cosa somos. Había empezado la entrada de hoy escribiendo que hacía mucho que no se hablaba de música clásica aquí, quitando Leroy Anderson y su Sleigh Ride navideño, y que había que remontar a mayo del año pasado para encontrar una, sobre Beethoven, pero algo no me cuadraba. Vale que se me va la olla, pero no tanto como para no recordar el post sobre Frédéric Chopin de hace tres semanas…
Fue cuando vi que estaba buscando entradas con el tag “clásica”, cuando la mayoría de ellas tienen el de “clásico”. Parece una tontería, pero más de uno ha entrado aquí desde google buscando sexo y se ha encontrado con el post sobre Fats Domino, para que veas. ¿Cuales serían sus fantasías? A mi no me mires…
Así que hoy, relax. Nada de llamar a la revolución micrófono en mano, ni de mirarse los zapatos tocando el bajo, ni de darle a la batería como si de un manifestante se tratara, ni de arrancarle chillidos a la guitarra soñando con Jimi, ni de pintar portadas con un bosque de tetas y culos. Hoy, relax. A tumbarse en el césped con la mirada pegada a la vía láctea, ajustando los siete kilos de mantas, los sentidos concentrados en la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antonín Dvořák.
Todo un homenaje a una nación y una cultura el que el compositor checo estrenó en Nueva York: una de las sinfonías cumbre del Romanticismo. De una sonoridad exótica, con la Sinfonía del Nuevo Mundo, Dvořák consiguió aunar la teoría y el contrapunto de la música occidental con las influencias de una cultura tan extraña como desconocida. Compuesta para una orquesta romántica reducida, tiene una duración de unos 40 minutos y está formada por los siguientes movimientos: Adagio -Allegro molto en Mi menor-, Largo en Reb Mayor, Scherzo: Molto Vivace -Poco sostenuto en Mi menor-, Allegro con fuoco en Mi menor. [Parece que me sale naturalmente, ¿verdad? ¡Y por qué no!]
Concebida por encargo de la Filarmónica de Nueva York como una obra colosal que emparentara el estilo europeo con los que debían constituir el nuevo estilo nacional yankee, en tan solo cinco meses, desde Enero a Mayo de 1893, su Novena Sinfonía había sido terminada con el sobrenombre «From the New World«, estrenándose en Diciembre de ese mismo año en el Carnegie Hall, y convirtiéndose en un éxito de público y crítica.
La rapidez de composición de la sinfonía se debió a que Dvořák utilizó temas que ya había concebido anteriormente, temas originales a los que añadió las particularidades propias de los negro spirituals y de la música folclórica india. Así para el segundo y tercer movimiento, Dvořák utilizó los apuntes e ideas musicales que tenía sobre otra obra original mayor e inconclusa sobre el poema épico la «Canción de Hiawatha», del poeta estadounidense Henry W. Longfellow, que cuenta la historia de un indio llamado Hiawatha y su amada Minnehaha, por lo que el autor buscó revestir contextualmente a la obra de los elementos propios de esta cultura.
Bueno bueno, luego se podría contar un montón de cosas sobre cada movimiento, pero como sé que eres un crack del genero, no te afrentaré escribiendo sobre cada uno de ellos. Mejor los volvemos a escuchar, son los cuatro sumamente hermosos. Buf, qué bien me ha salido ¿eh?