Hacía mucho que quería sacar a Jacques Dutronc aquí. Exactamente 719 días, o lo que es lo mismo, desde que abrí el blog. Soy un cagón, admito, siempre he aplazado el momento de rendirle homenaje. No se habla del co-autor de Il Est Cinq Heures Paris S’éveille como de cualquier otro artista. Esta canción es importante en el inconsciente colectivo galo. A mi me emociona como pocas, cuando suenan las primeras notas me derrito, con un nudo en la garganta, y quiero volver a ser el chiquitín de cinco años que la escuchaba fascinado por la flauta travesera, allá por 1968.
Hablar de Dutronc para un franchute es como abrir un libro de historia(s) del país vecino del último medio siglo. Oh no, descuida, él no habla de política ni da lecciones de nada. Detrás de sus aires de incansable dandy con puro en boca se esconde un… incansable dandy con puro en boca. Iconoclasta y pasota. El vago genial, o el genio gandul. Con un arte inigualable para retratar a «la France», en todo lo que aborrecemos y adoramos.
Nacido en 1943, con quince años ya se le veía buceando por el Golf-Drouot, mítica sala parisina de conciertos de los años 50 y 60, con sus amigos Johnny Hallyday y Eddy Mitchell -los tres siguen cantando y sacando discos y ya van más de cincuenta años-, aunque su particular encanto le llevaba más bien a estar con chicas. Después de montar el grupo El Toro Et Les Cyclones, se incorporó al universo Vogue -el sello más activo en la época yéyé-, trabajando desde dentro para la carrera de sus amigos y pronto de la suya propia. Años más tarde durante una entrevista, explicó el éxito de su primera canción en solitario -Et moi et moi et moi, en 1966-, con esta bonita formula: «Ya que trabajaba en la discográfica, sabía exactamente a quien solicitar favores y a quien dar patadas en el culo para que los ejecuten«. Muy oportunista –ya, esta es fácil lo sé-.
Cada tema de su primer álbum, homónimo, publicado en 1966, era como una pequeña toba en la nariz: molesta, pero al rato vuelve la risa tonta. Francia vivía años de total despreocupación y pocos querían comerse el coco con cosas tan triviales como la superpoblación en el mundo. Con este disco Dutronc encontró un estilo del que nunca renegó: chinchar lo justo, pero que la cosa no impida tomar el aperitivo. Raras veces se volvía melancólico y cuando lo hacía la burla se volvía triste como en una de sus más hermosas canciones, Le Petit Jardin –en la que se indignaba por la progresiva desaparición de los parques y jardines de París a favor del hormigón-.
En 1968, ya con cohiba en la boca y Françoise Hardy en la cama –aunque parezca mentira siguen casados-, un día de sobremesa con su amigo Jacques Lanzmann –ilustre novelista y letrista, judío ateo, fallecido en 2006-, y el director del sello Vogue, Jacques Wolfsohn, desaparecido el verano pasado –caray, parece que en aquella época todos los franchutes se llamaban Jacques-, aceptan el reto de este último de sacar para el día siguiente una canción sobre el París de madrugada, esa hora incierta en la que se mezclan dos mundos irreconciliables, los noctámbulos y los trabajadores madrugadores.
En una sola noche escribieron la letra y la melodía de la canción que en 1999 fue elegida como la mejor canción popular de lengua francesa del siglo XX. Bueno, ya sé lo que vas a decir, ¿what the fuck pasa con Piaf y Brel, Aznavour y Ferré, Nougaro y Brassens? Yo qué sé, yo no voté, me enteré ayer. Aunque te digo una cosa, estoy de acuerdo. Es la más hermosa oda a París que se haya escrito jamás. La letra es brillante, sabrosa, cáustica, tierna, graciosa, esa perpetua comparación entre el fiestero cansado y el trabajador que también, aunque no por los mismos motivos. Y luego la música. Cuando se fueron a grabarla, por muchas vueltas que le daban, les parecía muy plana. De repente irrumpió un tal Roger Bourdin, flautista, que estaba grabando un disco en el estudio de al lado, y que propuso acompañar la canción con una suave línea de flauta travesera. Y el tío va, improvisa y se saca de la manga un pedazo de historia musical gala, esto es genio puro.
Il est cinq heures Paris s’éveille. Son las cinco, Paris se despierta. No Fiouck no llores…
[Te dejo con cinco canciones de Jacques Dutronc. Las tres mencionadas, más El Oportunista y la canción de la serie tele de los 70’s Arsène Lupin, Gentleman Cambrioleur].
Merci!
Sabía que ibas a aparecer por aquí. Pedazo de canción y de artista… cuánta nostalgia
Qué canción tan extraordinaria, Fiouck. No puedo estar más de acuerdo con lo que aquí has escrito. Y si realmente no es la mejor canción de la historia de la música francesa (algo que realmente me plantearía dudas) es porque tiene que competir con milagros como «La Javanaise» de Gainsbourg o el «Ne Me Quitte Pas» de Brel: palabras (muy) mayores.
Sí que es grande la canción, sí…
Y cierto, se me olvidó mencionar a Gainsbourg. Este llegó a componer canciones para Dutronc. Era el fumador de Gitanes con el fumador de Habanos. Bendita época.