Sleigh Ride, Paseo en Trineo, el único villancico que me gusta. Mejor dicho, el único villancico que no me pone de mala leche. Es obra de un tal Leroy Anderson, que lo terminó de componer, sin letra, en febrero de 1948. En los US, es con creces la canción navideña más tocada durante las fiestas cuando en realidad ni parece haber sido escrita pensando en Nochebuena.
El músico la empezó a componer en el verano 1946, durante una ola de calor particularmente odiosa. Supongo que le venía bien imaginar un paseo en trineo por el campo nevado para refrescarse. Es más, al final de la canción habla de un «pumpkin pie«, o tarta de calabaza, más propia del día de acción de gracias, el cuarto jueves del mes de noviembre, que de Navidad.
Utilice esta música en un servicio telefónico de Papa Noel que la empresa en la que me incorporé al llegar a España en 1992 quería lanzar en estas fiestas, para aprovechar el tirón de las primeras líneas de tarificación adicional -en aquella época tenían el prefijo 903-. Oye, uno tenía una familia que alimentar…
Habíamos montado un servicio muy chulo para los pequeños, con todo tipo de medidas para que no pudiesen llamar si no estuvieran con sus padres al lado. Los niños tenían que grabar su carta a Papa Noel y las mejores ganaban un premio, concretamente un reloj Nintendo con un diminuto vídeo juego -lo recuerdo como si fuera ayer-. Y para darnos mejor aspecto de cara a una sociedad que empezaba a mirar malamente a estas líneas, habíamos llegado a un acuerdo con una orden religiosa con fines caritativos para revertirle el 10% de los ingresos generados por la línea. Qué listillos éramos…
Invertí tres meses de intenso trabajo y mucha ingeniosidad para paliar la falta de conocimiento técnico y el que hablara todavía fatal español. Pues te vas a reír –bueno que no te oiga, todavía me duele-, la línea no recibió ni una sola llamada; realmente no tuvo tiempo ya que, la mañana que salió la publicidad en las revistas y los periódicos, Telefónica decidió cortar todas las líneas 903 del país ante la alarma social provocada por algunas abultadas facturas telefónicas. Recuerdo haberme quedado atónito un buen rato mirando fijamente el servidor con su capacidad para 90 llamadas simultáneas. Ni una sola lucecita, ni una…
Para mi fue como un cuchillazo en la espalda. Aunque curiosamente, veintidós años después, sigo sin decidirme entre el monumental cabreo por haberlo dado todo durante tres meses en vano, o la satisfacción que da el tener la conciencia tranquila de saber que ningún chaval gastó el dinero del hogar familiar.
La de cosas que pasan en Navidad, ¿eh?
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