Hace casi tres años ya –el once de febrero de 2012-, fallecía Whitney Houston, con el cuerpo hasta arriba de harina de trigo, leche de soja y hierbabuena. Al día siguiente se apresuraron un montón de petardas bling bling en lamentar «una pérdida irreparable para la música popular» y saludar «la más grande de todas«, guardando todas para sí un «y una m…, la mejor soy yo«.
Kathy Perry, Beyoncé, y demás Rihannas formateadas en el mismo molde, dejaron por un momento de enseñar tetas y culos a 50.000 $ -cada cosa- para soltar una lagrimilla y no perder ventas, porque Whitney era mucha Whitney y ojo con sus fans, que la querían mogollón, coño. Un buen soplamocos y se les acababa las ganas de sorberse los mocos. Porque en el fondo, todas estas chicas de oro chapado tenían parte de la culpa: Whitney no jugaba en la misma liga, por mucha estrella que fue, por mucha mierda que se metió para el cuerpo, por muchas mentiras y engaños que sufrió, nunca perdió la dignidad, una palabra que sus ahijadas de pacotilla no entenderán nunca.
No soy muy fan, entendámonos. No me llevaría a ninguno de sus discos a una isla perdida, ni la canción de hoy, que pa’qué llorar solo viendo palmeras y el mar hasta el infinito. A ella sí, sin ninguna duda, hay fotos de ella en las que sale como de las chicas más hermosas que se hayan visto en esta tierra. Pero siento mucho respeto por esta mujer digna, que sólo debió su estrellato y los 140 millones de discos vendidos a lo largo de su carrera a su magnífica voz. Una voz que más de una rubia platina ordinaria quisiera para sí.
Deslumbró desde chiquitina. Su madre era una afamada corista de Rhythm and Blues y su tía no era otra que Dionne Warwick –sí sí, la de Walk On By y de I Say A Little Prayer For You-. Con doce años ya le quitaba el protagonismo a su madre en la coral de la iglesia del barrio. Pocos años más tarde, inició su carrera haciendo de corista de Jermaine Jackson, The Neville Brothers y Chaka Khan.
Sin embargo se hizo primero un nombre como modelo –vaya cuerpo tenía la moza- después de salir con regularidad en portada de algunas revistas femeninas a principios de los 80. En 1983 firmó un contrato con la discográfica Arista, aunque su primer álbum, homónimo, tardó dos años más en publicarse. Fue el inicio de una carrera de superlativos que la convirtió en la mujer de todos los records. Trece millones de ejemplares vendió sólo en los US, veinticinco a nivel mundial. El disco de debut más vendido para una artista en solitario, con cuatro singles que alcanzaron el #1.
Nueve años más tarde, después de vender otras decenas de millones de discos de sus siguientes álbumes, alcanzó la cima –tocada muy pocas veces por un reducísimo grupo de artistas-, como protagonista principal de la película The Bodyguard e intérprete del tema principal. Qué decir de esta joya de canción de amor empalagosa y perfecta que no haya sido dicho ya. Y eso que no es de ella, la interpretó primero Dolly Parton en 1974 y luego Linda Rondstadt en 1975, sin mucho éxito ninguna de las dos. Pero la magnífica voz de Whitney hizo la diferencia. Además coincidió con su época de máxima belleza física. Se vendieron más de diez millones de ejemplares del single, mientras que el disco de la BSO alcanzó los cuarenta millones. Es posiblemente la música de película más vendida en la historia del cine.
Luego se casaría con un hijo de puta impresentable, Bobby Brown, con quien inició un lento descenso hacia el infierno de las drogas, las deudas y, lo peor, la perdida de su suntuosa voz. Whitney Houston fue la última gran estrella de la música popular, de esas que pueden lucir trajes de lentejuelas sin pasar vergüenza ni arrancar carcajadas en el público. Era una mujer bella y digna…
Pingback: Carole King – Tapestry | Un día, un disco.