Yves Montand, sentado a la derecha de Edith Piaf en el trono de los artistas franceses más internacionales. Cual Rubick’s Cube de cuatro caras, Montand se construyó una carrera mezclando facetas de cantante, actor, político y galán. Un Sinatra francés, sin la pata productor, pero mejor actor; y con él que se podía hablar de asuntos de política internacional sin riesgo de que tres matones interrumpiesen la charla y te sacaran por la puerta trasera. Vivió intensamente tantas historias que daría para varios libros. En la ambulancia que le llevaba a urgencias después de sufrir un desmayo durante el último día de rodaje de su última película, le dijo al médico: “Sé que me voy a morir pero no pasa nada, he tenido una hermosa vida”. Murió al día siguiente, el nueve de noviembre de 1991, dejando a Francia huérfana de su artista más querido.
Montand el galán. Claro, con lo guapo que era el cabrón. Recuerdo perfectamente a mi madre suspirando cuando salía en la tele, en sus películas de los años cincuenta y sesenta, como digno representante de la dolce vita –a fin de cuentas, había nacido en Italia en 1921-. Y como mi madre, veinte millones de francesas más. La primera que hizo algo más que suspirar fue la propia Edith Piaf. Se conocieron en 1944, le ofreció hacer de telonero de sus actuaciones en el teatro ABC de París. Ella ya era una artista consagrada, él un don nadie con perspectiva. Le sirvió literalmente de trampolín hacia la gloria, dejando que interpretara su primer papel en el cine en la película Etoile Sans Lumière, de 1946, en la que Piaf era la estrella. Aquel mismo año, rompió con él, habiendo llegado a la conclusión de que estaba empezando a hacerle sombra. Dos años más tarde, conoció a Simone Signoret, la hermosa rubia de Casco de Oro, película de Jacques Becker, en cuyo nombre se inspiraría luego Nina Simone cuando se buscaba un nombre de artista. Un flechazo que duró décadas; fue sin duda la pareja más en boga en el país vecino, sea para el música hall, el cine o las batallas y los compromisos políticos. Ni cuando tuvo un romance con Marylin Monroe se rompió la relación –estoy seguro de que mi madre también hubiera cerrado los ojos-. Marylin, la star US en brazos de Yves, l’étoile française, o cómo reforzar las relaciones franco americanas. Duró poco, pero a la rubia US le costó su matrimonio con Arthur Miller.
Montand el actor. Había empezado pronto, en 1944, en esta película con Edith Piaf. Su cara de angel italiano cautivaba a los realizadores más grandes. Marcel Carné, Autant-Lara, Henri Georges Clouzot, Jules Dassin, George Cukor, Litvack, Costa Gavras, Henri Verneuil, Alain Resnais, Lelouch, Melville, Godard… Hasta su última actuación, en IP5, de Jean Jacques Beneix –el realizador de Diva, sobre la que hice este post-, en 1992, con fatal desenlace. Podía interpretar de todo, las comedias más ligeras como los dramas más turbadores. Era el actor preferido del público, envejecíamos con él, sin darnos cuenta. Le queríamos, coño.
Montand el político. Con dos años, Ivo Livi desembarcó en Marsella con sus padres, comunistas, que huían el régimen de Mussolini, instalado un año antes en la Italia vecina. Toda su infancia la pasó escuchando a su padre vendiendo las bondades del régimen soviético. Hasta 1956, cuando los carros de combate soviéticos invadieron Budapest, Montand era un incansable defensor del estalinismo. En su casa de Normandía se solía reunir toda la intelligentsia parisina de izquierdas, no era raro ver allí a Jorge Semprun y Luis Buñuel, pero también Sartre y Simone de Beauvoir. Pero cuando la URSS invadió Praga, se alarmó. Aprovechó una gira por los países del este para sentarse con el mismísimo Jrushchov durante cuatro horas para pedirle explicaciones. Volvió de su gira bastante desengañado y decepcionado, con sus convicciones hechas polvo. Lo resumió con un escueto “Cuando uno se ha equivocado, hay que saber reconocerlo”. Pasó cómodamente a la lucha pro derechos humanos, que le permitió comprometerse activamente con el sindicato polaco Solidarnosc sin despeinarse demasiado. Hasta aquel programa de tele de 1984, en el que sorprendentemente vendió los méritos del neoliberalismo incipiente, procedente de los US. Fue una ruptura con su público de siempre.
E Yves Montand el cantante. Intérprete de algunas canciones que los gabachos tenemos en los genes, allá donde vamos. Su primer éxito fue un regalo de Piaf, que le escribió Elle a…, en la que la letra parece hablar directamente de ella misma. El audio que te dejo es de época, el sonido no es muy allá pero lo auténtico mola. Le consagró C’est si bon, que posteriormente se transformó en estándar internacional del jazz. Y Le Temps des Cerises, escrita en el siglo XIX, un tema asociado con la Comuna de Paris, de 1871. Y La Bicyclette, de 1968, increíblemente nostálgica de una época pasada. Y Les Feuilles Mortes, la canción que le valió un triunfo planetario. Canciones que me cuesta escuchar sin un pequeño nudo en la garganta, la verdad.
Qué buen post el de hoy. Música superbonita. Aquellos eran otros tiempos…y qué tiempos!
Eso quiere decir que los posts de otros días no eran buenos! Buaaaahhh
Hombre…hay post y post…éste es infinitamente más interesante que los ositos peludos 😛
Ah ya, bueno, ya, pero el de los ositos es más divertido
Divertido y algo surrealista! Jajaja
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