Maria Anne Sofia Cecilia Kalogeropoulos. En sus 53 años de vida, María Callas lo acaparó todo. La gloria, los elogios, la envidia, las criticas, el amor, las penas, los kilos, el dinero, los escándalos, el sufrimiento, la enfermedad, la belleza. De muchas artistas se han dicho que eran divas, pero sólo a María Callas se le llama La Diva. Icono adulado o criticado, figura imprescindible de la cultura del siglo XX y de los próximos mil años, revolucionó por completo el arte lírico y provocó una emoción que ninguna cantante de Ópera ha podido igualar. Recibió tantos elogios durante y después de su vida, que es difícil elegir uno, aunque me quedaría con este, de María Trivella, Directora del Conservatorio Nacional Griego, que la acogió con tan sólo catorce años –la madre de María Callas mintió sobre su edad-, y que fue la primera, con su madre, en ver el potencial de la voz de la niña: “Su voz tenía un tono cálido, lírico, intenso, que daba torbellinos resplandecientes, llenando el aire con ecos melodiosos y armoniosos, cristalinos, como un carillón. Era desconcertante”.
En aquella época, Evangelina, la progenitora, ya había vuelto a Grecia, después de una aventura de quince años en EEUU con un marido que según ella le defraudó y del que divorció antes de volver con sus dos hijas a Atenas. Para compensar el tiempo perdido, decide hacer de María una estrella del bel canto después de ver cómo desde muy pequeña todo el mundo la mira admirativo. Obnubilada por la voz de su hija, decide que se ha de alimentar de platos ricos y de chuches, “porque una bonita voz sólo puede desarrollarse en grasa”. Así que de adolescente, María Callas es más bien regordete, a parte de miope. Pero deslumbra, cante donde cante.
Es harto difícil resumir la vida artística de un mito. Lo que está claro, es que no fue un camino de rosas. Después de pasar por las clases de Elvira de Hidalgo, en el Conservatorio de Atenas, donde trabajó más duro que cualquier otro alumno, María Callas empieza con sus primeros pequeños papeles en la Ópera Nacional de Grecia. Con diecisiete años, da su primer recital en Boccaccio, una opereta de Franz Von Supé. Obligada por su propia madre a cantar para el invasor italiano durante la segunda guerra mundial, le ofrecen interpretar el papel de Tosca, la famosa Ópera de Puccini. Es una obra muy especial para Maria Callas. Inició su carrera con ella y la finalizó veintitrés años después con la misma. Y aquella primera interpretación de 1942 fue declarada la Tosca del siglo por numerosos musicólogos. Cuando finaliza la guerra y liberan a Grecia, primero da recitales por todo el país para celebrar la victoria, pero pronto es despedida del Conservatorio, después de que a su madre se la sospechara de colaboración con el enemigo. María Callas se marcha a EEUU para reunirse con su padre y alejarse de una madre que considera culpable de “prostituirse con el enemigo”.
Pero en EEUU no le va a ir bien. A pesar de ver como el Metropolitan Ópera de NYC la califica durante un ensayo de “voz excepcional, ha de subirse a un escenario rápidamente”, sólo conoce fracasos. Vuelve a Italia en 1947, para interpretar La Gioconda, de Pionchelli, en manos de quien será su mentor durante años, Tullio Serafin. Allí conoce a Giovanni Meneghini, industrial del ladrillo –sí, hubo una época en la que el ladrillo coqueteaba con la belleza-, con quien se casa en 1949. Encadena los recitales, Tristán e Isolda, La Walkirie e I Puritani, de Bellini, estas últimas dos casi al mismo tiempo, sometiendo su voz a enormes tensiones y logrando lo que nadie hubiera creído posible. En los medios de comunicación, se habló de milagro. El mito María Callas había nacido.
Montserrat Cabballé dijo mucho más tarde: “Nos abrió una puerta, para nosotros cantantes del mundo entero. Una puerta que estaba cerrada. Detrás de ella, dormía música y grandes actuaciones. Nos dio la oportunidad, a los que estábamos dispuestos a seguirla, de hacer cosas casi impensables antes. Nunca soñé con que me comparasen con María Callas. No sería justo. No estoy a su altura”.
Luego vendría la fama, la gloria mundial, el régimen –llegó a pesar 92 kilos, más Botero que Giacometi- que la convirtió durante más de una década en una de las mujeres más hermosas y elegantes del planeta, la boda con Onasis, las infidelidades de su segundo marido con Jackie Kennedy, la enfermedad, los medicamentos, su amor eterno por el armador griego, acompañándole en sus últimos suspiros en el Hospital Americano de París, donde el gigante de los mares falleció en marzo de 1975. Definitivamente retirada de los escenarios desde 1965, María Callas pasó sus últimos años enseñando y dando clases en París, desfigurada por el dolor, la tristeza, los medicamentos. La Diva falleció en septiembre de 1977.
En 1981, un cineasta francés, Jean Jacques Beineix, rodó Diva, una película en la que el joven protagonista, gran admirador de la soprano del momento, graba de forma clandestina el recital que da en París, cuando la artista siempre se había negado a que se le grabara su voz. Sigue una historia un tanto inverosímil, más estética que otra cosa. Durante el recital, como un guiño a María Callas, la artista –interpretada por Wilhelmenia Wiggins Fernandez– canta La Wally, una Ópera poco conocida de Alfredo Catalani, estrenada en 1892. El aria más conocido se llama Ebben? Ne Andró Lontana. Es pura emoción. Con la voz de María Callas, resulta difícil no estremecerse. Pone los pelos de punta y deja sin aliento.
Escucha una de las obras interpretadas por Maria Callas más hermosas, La Wally
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