Ya sé lo que vas a decir, “Puaj, una obra facilona para salir de apuro para el post de hoy”. Ays, no caigas en la creencia popular de que el Bolero de Ravel es una obra para ascensores o supermercados. No es culpa del compositor si hay tantos descerebrados repartidos por el mundo para grabar esta obra en el reproductor de los Otis y Schindler del planeta. Y el que sepas silbar las primeras notas tampoco quiere decir que es una obra fácil. El Bolero, a pesar de su aparente sencillez, es una obra harto compleja, que pocos músicos profesionales saben reproducir de memoria sin ninguna falta de solfeo. Además es una obra con historia y muchas anécdotas, a eso iba, contártelas.
Ravel fue el más español de los pianistas franceses. Su madre, Marie Delouart, procedía de una familia madrileña, Deluarte, y se había criado en la capital española. Aunque él viajó poco al sur de los Pirineos, toda su vida se sintió atraído por España, especialmente Andalucía y el bolero –ya ya-. No era muy querido en su país; cuando empezó a dar conciertos fuera de sus fronteras, la prensa local lo consideraba el mejor compositor galo, mientras que la de Francia apenas lo mencionaba. La culpa la tuvo una oposición frontal con los músicos académicos a los que no gustaba el impresionismo de Ravel. Hicieron todo lo posible –y lo consiguieron- para que no lograra nunca su propósito de hacerse con el Prix de Rome. Esta alta distinción cultural francesa solía abrir las puertas del reconocimiento y aceleraba el despegue de una carrera, pero fue ninguneado en sus cuatro primeros intentos. En la quinta ocasión, le despidieron a mitad del certamen por superar la edad límite en pocos meses. Fue tal el escándalo –conocido como el Affaire Ravel-, que tuvo que dimitir el Director del Conservatorio de Paris y como efecto colateral, el músico logró que su música fuera reconsiderada.
Así fue como empezó su carrera. Entabló grandes amistades y colaboraciones con todo lo que tenía Europa de pianistas, compositores, directores de orquesta, coreógrafas y bailarinas. Una de sus primeras composiciones reconocidas fue Gaspard de la Noche, un tríptico para piano, creado por el pianista catalán Ricardo Viñes. Su fama fue creciendo a pesar de algunos fracasos, ayudado en ello por la muerte en 1918 de Debussy, que le hacía sombra y del que no fue amigo. Y así pasaron los años, hasta 1928, año en el que hizo una gira triunfal por los Estados Unidos, donde tenía a sus fans más entusiastas. Allí descubrió el jazz en los clubs nocturnos de Harlem y se quedó fascinado por las improvisaciones de un joven George Gershwin, autor cuatro años antes de la maravillosa Rhapsodie in Blue. Este último, que era fan a su vez de Ravel, le pidió clases de piano, pero el francés se negó, contestándole: “Usted perdería su gran espontaneidad melódica y terminaría componiendo en un mal estilo raveliano”. También dejó otra declaración para la posteridad, cuando casi suplicaba a los americanos de cultivar su especifidad musical: “Tomáis el jazz demasiado a la ligera, lo veis como música de poco valor, vulgar, efímero, pero yo creo que el jazz es lo que dará a luz a la música americana.” Wow…
A su vuelta, su amiga del ama, la muy guapa Ida Rubinstein, judía rusa bailarina contratada por Diáguilev para los Ballets Rusos, le encarga una obra “de carácter español” para representar con su ballet. Entusiasmado con la idea de adentarse de nuevo en los sonidos españoles, primero piensa trabajar entorno a la obra para piano Iberia, de Isaac Albéniz, pero descubre irritado que un tal Enrique Arbós ya se había hecho con los derechos. Cuando este último accede a cederlos a Ravel, ya es tarde, este ha tenido otra idea brillante. Algo experimental, nunca antes intentado, “sin forma propiamente dicho, sin desarrollo, nada o casi nada de modulación”, ritmo y orquesta. Primero piensa basarse en el fandango antes de finalmente decidirse por el bolero andaluz. Ravel compone su obra en cuatro meses, de julio a octubre 1928, y la primera representación tiene lugar el 22 de noviembre de 1928, en el Teatro Nacional de la Ópera en Paris, con una coreografía de Bronislava Nijinska, que contaba con la bella Ida Rubinstein. Embriagadora, sensual, repetitiva, insistente, desnuda, minimalista, cautivadora. Ese lento crescendo de poco más de dieciséis minutos, hasta la explosión final. Olvídate de Otis y Carrefour, es un tema excepcional.
Una señora en la primera fila, nada más finalizar la representación, gritó ulcerada: ”¡está loco, está loco!”. Ravel, que mantuvo una relación de amor odio con su Bolero, reconoció un poco más tarde que no le faltaba razón a esta mujer. Siempre soñó con que no se convirtiera en la típica obra para orquestas domingueras. Ahí no fue tan visionario como con el jazz americano. Bolero, al igual que Carmen para Bizet, Canon en Re Mayor para Pachelbel, o el Aprendiz de Brujo para Paul Dukas, es una obra que ocultó el resto de la producción de Ravel. Posiblemente el tema más tocado y escuchado en el mundo. En todo caso, en 1990, figuraba en el primer puesto de la redistribución de royalties en la Sacem francesa –equivalente de la SGAE-, sesenta y dos años después. Como no tuvo niños, primero iban a parar a su hermano. Al fallecer este último, despertaron una serie de primos lejanos –ninguno de ellos residentes en Francia- que hoy siguen cobrando religiosamente a principios de año. Por la ley del dominio público, el repertorio de Ravel dejará de generar royalties el uno de mayo de 2016, con excepción del Bolero, si los «herederos» logran que se tenga en cuenta la fecha del fallecimiento de Bronislava Nijinska en 1972 -por haber contribuido en la creación del tema-. De darles la razón, seguirían cobrando hasta el año 2051.
Yo les rompía la caja clara en la cabeza…
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