Después del post de ayer –Bolero, de Ravel-, me ha parecido lógico seguir hoy con su pendiente moderno, aparecido en 1981 como un OVNI en el cielo –¿hay casos de OBNI, en el mar? -, Ô Superman, de Laurie Anderson. Dos temas, parecidos en su composición, indie total. Al fin y al cabo las Converse son de 1907 y las primeras gafas de pasta -o de resina, como hace mucho- son del siglo XIX. Digo indie, por la voluntad de sus compositores de no hacer algo usual, destinado conscientemente, o inconscientemente, a un nicho de entendidos. Ambos no acertaron nada en su afán de hacer algo un poco exclusivo, ya que ambas obras tuvieron un considerable éxito, y están para quedarse en el patrimonio musical colectivo.
A Laurie Anderson, nacida en 1947 en Chicago, muchos la conocen por haber sido la compañera sentimental, y finalmente mujer, de Lou Reed, hasta la desaparición de este en octubre del año pasado. Otros, que tienen más edad, la conocen por la canción de hoy, Ô Superman. Por último está un reducido grupo de entendidos que la conocen por ser la artista conceptualista autora de algunas “performance multimedia” que no me atreveré a calificar. Primero porque no he visto ninguno, segundo porque a fin de cuentas, no hace daño y cada uno con sus pasiones. La suya por las representaciones artísticas atípicas, viene de lejos. Con cinco años ya tocaba el violín y el piano y en cuanto pudo, se inscribió en la Universidad para estudiar Historia del Arte –como no- y Escultura.
Lo suyo no es componer «a ver qué tal«, no, todo es pensado e intelectualizado. Y no vale lo normal, para qué hacer cosas sencillas cuando las puedes hacer harto complicadas. Por ejemplo en 1977, cuando se inventó un violín a la medida de sus noches en blanco, en el que sustituyó el crin de caballo del arco por cinta magnética, y fijó en el puente la cabeza de lectura. O en 1990, cuando creó el bastón parlante, especie de controlador MIDI en forma de batuta de metro ochenta de largo, que podía chupar y reproducir sonidos. Ya ya, y luego me dicen a mi que debería centrarme un poco.
En los años 70’s, era una de las artistas que contaba en el underground neoyorquino, como creadora de algunos shows en los que las armas estaban prohibidas –vamos, para que no te pegaras un tiro-. Como aquel llamado The Life and Times of Josef Stalin, de doce horas de duración, obra en la que le arrancaba a su violín modificado unas sonoridades de las que no renegaría Torquemada en sus sesiones sádicas. Pero de Manhattan no pasaba. Hasta 1981, año en el que grabó un single que la propulsó –no se sabe si muy a pesar suyo- bajo los focos de los medios de masa.
Cómo un tema de cerca de nueve minutos, monótono hasta la saciedad –a su lado el Bolero de Ravel parece una de David Jeta en una macro discoteca de Ibiza-, hipnotizadora, pudo irrumpir de la nada y subir hasta los primeros puestos de las listas de venta en Europa -#2 en UK-, es un misterio. A veces la humanidad mola. Yo recuerdo perfectamente la primera vez que la escuché, en un programa musical en la tele francesa. Al día siguiente en el cole no había otro tema de conversación que el Ô Superman. No lo niego, me encantó y hoy en día me sigue gustando mucho. Es inexplicable, lo sé.
En 2001, durante una gira por los US, tenía previsto tocar el 19 de septiembre en NYC. A pesar de los atentados, se mantuvo el show. Sonaron con especial intensidad algunas palabras de la letra de la canción: «This is the hand, the hand that takes / Here come the planes / They’re American planes. Made in America».
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