Dicen que Pavarotti fue el único que podía haber superado a Caruso en el corazón de los tramposos italianos y amantes en general del bel canto. Pues acabo de ganarles a ambos. He dado con el pie con un mueble bajo en casa, Nessun Dorma en el barrio. Los cinco dedos a la vez, dos tallas de calzado menos. Me pondré una férula con la bufanda de Pavarotti.
Bufanda que llevaba a todas partes, menos cuando se subía a los escenarios, donde siempre iba con un frac que no lograba disimular su cuerpo generoso, que tanto le acomplejaba. La bufanda de Pavarotti es como el guante blanco de Michael Jackson o el mechero de oro de Sinatra, todos objetos fetiches de los más grandes, que cobraban vida propia.
Estoy escuchando en bucle Nessun Dorma, interpretada por Pavarotti. No es fácil no estremecerse con tanta belleza y emoción. De repente el tenor alcanza una dimensión casi mística. Esta obra, el aria preferido del cantante, momento cumbre de la ópera Turandot, de Puccini, se podría traducir por ¡Nadie Duerma!. Realmente te despierta los sentidos como pocas.
Pavarotti fue el más “pop” de los tenores. Nadie como él hizo tanto para popularizar la música clásica. En solitario o con Placido Domingo y José Carreras, en dúo con estrellas del rock y pop –le tenía un especial cariño a Barry White, linguini vs hambuguesas-, o en los más de cien millones de discos vendidos. Los puristas no se indignaban, a Pavarotti se le perdonaba todo.
Cuando falleció en 2007, la ciudad de Modena se puso de luto balsámico. Había nacido allí en 1935 y cuando se torció su salud, sintió la necesidad de volver a sus tierras para pasar allí sus últimos meses. A su entierro, en el que la soprano búlgara Raina Kabaivanska cantó un emotivo Ave María, acudieron todo lo que el mundo de la ópera tiene de estrellas. Y políticos, cineastas, intelectuales, prelados, embajadores. No faltó Bono, que no se pierde ni una.
Pavarotti siempre dijo que se lo debía todo a Karajan, que le abrió las puertas de la Scala de Milán en 1965, dos años después de que triunfara en el Covent Garden de Londres y después de sustituir por sorpresa a Giuseppe Di Stefano –Sergio Ramos, la leyenda del Madrid no-. En los años que siguieron, hizo rendirse a su genio a los públicos de medio planeta, desde los US hasta Australia. El punto álgido de su joven carrera fue en Nueva York, en 1972, cuando deslumbró a la asistencia con su interpretación de la ópera cómica La Hija Del Regimiento y el complejo aria, “Ah Mes Amis, Quel Jour de Fête”, considerado como el Everest de los tenores por sus nueve “contre-ut” –lamento no haber encontrado la traducción de esta palabra-.
A partir de ahí se sentó en el altar –reforzado con puntales de hormigón- y por muy grandes que fueron Placido Domingo y José Carreras, nadie le desbancó de ahí hasta su muerte. No hablaré de los asuntos feos de su vida, a Pavarotti se le perdonó todo.
Te dejo con el Nessun Dorma, que me da el yuyu. Y no podía no volver a poner el famoso dúo que hizo con Lucio Dalla para interpretar la hermosa Caruso. Ay….