Pronto llegará la temporada de los festivales, y de nuevo algunos se vanagloriarán de ofrecer la mayor concentración de Converse y barbas de tres semanas del universo mundial. Todo de risa –aunque, ojo, con todo el debido respeto y mil sombreros levantados, para quienes se arriesgan a montar y financiarlos, muchas veces para perder hasta la casa-, si comparamos con Woodstock. Apunta en tu agenda estas fechas, para encender una vela cada año: del 15 al 18 de agosto de 1969. Un buen trozo de la historia del rock’n’roll se firmó aquellos cuatros días.
Fue mucho más que un antes y un después. Hoy, en el imaginario popular y en especial en el bulbo de los que no pudieron estar por vivir en el quinto culo –yo- o no tener edad –yo también-, Woodstock forma parte de los poquísimos acontecimientos pivotes en la historia de la música popular. Pensado para 50.000 asistentes y tres días de amor, música, sexo libre y cigarros XL, duró uno más y congregó a medio millón de hippies. Pagaría lo que no tengo para volver cerca de cincuenta años atrás y estar allí, babeando, en la primera fila.
Pero si consideramos que sin dinero no hay rock’n’roll –a ver, no me seas lloricón, claro que cualquiera puede hacer rock sin gastar un duro, pero si nadie se entera, para qué-, aquí te dejo unas cuantas consideraciones económicas sobre el festival. Tela.
Max Yagur, granjero de White Lake cerca de Bethel, a 70 kms de Woodstock –pues sí, de Woodstock sólo tuvo el nombre, no la ubicación-, alquiló a Michael Yang, organizador del festival, un terreno de 243 hectáreas, por 50.000 dólares. Al pobre hombre le costó la broma 75.000 $ en condena, a raíz de una denuncia de sus vecinos por los daños y perjuicios ocasionados por la marea humana.
Las entradas se pusieron a la venta para los tres días a un precio de dieciocho dólares –venta anticipada- y veinticuatro, en taquilla. Teniendo en cuenta que sólo esperaban a 50 mil personas, podemos calcular un precio medio de veintitrés dólares por festivalero. Multiplicado por 500 mil, llegamos a una facturación de once millones y medio de dólares para la organización. Digamos diez, por aquellos que se colaron por encima o debajo de las vallas.
Añade todos los gastos imaginables, escenario, material, seguridad, organización, publicidad, prensa, y todo lo que se me olvida, E. T. C. Queda una montaña de dinero, sobre el papel. Y tú, no tan paquete, dices: ¿y los artistas, tocaron gratis, Tomate inocente? Pues no, no tocaron gratis. Pero cobraron un cachet miserable. Por lo menos visto desde el año 2015.
Se ha sabido recientemente cuánto cobró cada uno de los veintinueve grupos o artistas del cartel. La lista de las cantidades abonadas es cuanto menos ridícula. Quien más cobró fue indiscutiblemente Jimi Hendrix. Estaba en su salsa y en el apogeo de su carrera, por ello le dieron 18.500 $. Por este precio, hoy, Lady Bistec no tiene ni para cambiar de bragas cada vez que sale detrás de la cortina en sus actuaciones. Joan Baez (10.000 $), Creedence Clearwater Revival (10.000 $), The Band (7.500 $), Janis Joplin (7.500 $), Jefferson Airplane (7.500 $).
Peor, The Who sólo cobró 6.250 $. Seis mil ridículos mierda dólares. ¡¡The Who!! El Grateful Dead apenas cobró 2.500 $. Joe Cocker 1.375 $. Santana, Carlos Santana, medio dios de la guitarra, 750 $.
Habría que multiplicar por 6,5 para tener una equivalencia a día de hoy. Aún así, la verdad es que no salgo de mi asombro, cuando piensas que por ejemplo Bjork cobraba hace pocos años un millón de dólares para mover el trasero hasta España.
El último de la lista, en el #29, fue la banda Quill, de los hermanos Dole, que se llevaron la cantidad asombrosa de 350 $. Vale que ni su mama les conoce. Sinceramente, hasta escribir estas líneas, nunca había oído hablar de ellos. Eran de Boston, malos ni mucho menos, tocaron de teloneros de infinidad de estrellas del rock’n’roll, como Jeff Beck, The Who, Deep Purple, The Kinks, Sly & The Family Stone, etc.
En 1969 les dieron la oportunidad de tocar en Woodstock. De hecho abrieron el segundo día del festival, justo cuando el sol salió después de las lluvias torrenciales de la primera noche. Tocaron cuatro temas -That’s How I Eat, They Live the Life, Waiting For You y Driftin-, antes de que Carlos Santana saliera al escenario. Después del festival, sacaron un disco pero no les fue del todo bien y su rock progresivo se quedó en el limbo.
Hasta hoy, día del gran perdón, como dicen los judíos. Te dejo con cuatro canciones de Quill, de las que tres sonaron en ese legendario festival –las tres primeras de la lista-. Suenan como muchas bandas de la época, es decir….genial.