¿Sábado de cine? Tengo algunas asignaturas pendientes y va siendo hora de remediarlo. Es un reto, llevo veinte años diciéndolo y sigo sin hacer nada. Por ejemplo, no he visto nunca Lo que el Viento se Llevó. Sí, hay gente que nunca la ha visto. De hecho estoy pensando en crear una asociación; a cambio de una pequeña cuota anual, cada miembro recibiría una bonita camiseta «¿¿Gone With What??» Quedaríamos todos una vez al mes, delante de un cine donde se proyecta, y en el último instante cambiaríamos de sala para ir a ver una de Chuck Norris –el único hombre que duerme con un colchón debajo de su pistola-.
Pero hay más. Hay dos películas que no he terminado de ver nunca. La primera, El Imperio de los Sentidos, del japonés Oshima. Lo intenté en un par de ocasiones, pero no hay forma. La segunda es La Muerte en Venecia, de Visconti. Lo más probable es que fuera demasiado joven, porque más idiota que la media no soy –¿verdad?-. Esta historia del viejo verde –con perdón- que se queda muerto de amor por un adolescente un tanto andrógina en una Venecia arrasada por una epidemia de cólera, me aburrió lo que no está escrito. Un tostón. Pero algo me dice que si las viera a ambas ahora, lograría mi propósito de por lo menos verlas enteras. Es más, seguro que me quedaría rendido.
No recuerdo la música de El Imperio de los Sentidos –creo que más que nada música tradicional japonesa, con esto te lo digo todo-, pero difícilmente se puede olvidar la de La Muerte en Venecia. Un poquito de Beethoven –Para Elisa-, una pizca de Moussorgski, un chispín de Lehár, y mucho Mahler, el mejor Mahler, el del Adagietto de su Sinfonía nº 5. Ays.
Qué belleza de obra. Te agarra el corazón y te lo deja reventado. Cuando Gustav Mahler compone su quinta Sinfonía, de 1901 a 1902, acaba de rozar la muerte por una hemorragia intestinal en febrero de 1901. Si de por sí el compositor no deslumbró nunca por su alegría, esta Sinfonía queda marcada por este episodio casi trágico. Literalmente desgarradora. Sin embargo, cuando se presenta en público por primera vez en 1904, no encuentra la acogida que él esperaba. Murió diez años después, en Viena, con tan sólo cincuenta años –digo tan sólo para darme ánimo, juas-.
Fue la película de Visconti, en 1971, la que le devolvió su esplendor y la dio a conocer al gran público. Forma parte de estas obras clásicas maravillosas, que estremecen y te dejan [escúchala y pon aquí la palabra que quieras]. Te dejo con una versión grabada en 2004 en Lucerna, Suiza, con la Orquesta del Festival de Lucerna, dirigida por el mítico Claudio Abbado, fallecido hace cinco meses. Era un gran admirador de la obra de Mahler y aquella noche los espectadores salieron con la sensación de haber presenciado algo antológico. Wow…
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