Archy Marshall sacó su primer EP con diecisiete años, como Zoo Kid. Lo mires por donde lo mires, y no deja de ser fascinante, sacar un disco más que digno a esta edad sólo puede pasar en Inglaterra. Ubicas la misma historia aquí, o en cualquier otro país del mundo, y lo que el (la) chaval(a) te entregaría serían cutrerías empalagosas a lo Bisbal o María Sagana –he tenido que ir a la web de los 40 para saber con quien estaban suspirando últimamente los adolescentes-. Diecisiete años el Archy, me quito el sombrero, lo mismo que hice con Anja Plaschg, la joven austriaca de Soap&Skin.
Cual Obelix caído en la marmita del druida, los ingleses tienen esta increíble suerte de ser criados y alimentados desde muy pequeños con el rock. Nada más nacer el baby, la comadrona de turno, repitiendo gestos seculares transmitidos de generación en generación, le enchufa unos diminutos cascos con My Generation de The Who a tope. Y cuando Roger Daltrey deja de cantar, ella ya le puede cortar el cordón al chiquitín. Welcome home Johnny, suelen decir, orgullosas. Claro, gracias a este recuerdo original, son los p… amos del rock.
En esta tradición se inscribe Archy Marshall. A él nunca se le olvidó el shock de la guitarra de Townshend, incluso se le olvidó gritar después de su primera bocanada de aire. Reservó su disconformidad con el cambio de entorno para más adelante. No tuvo una infancia fácil –el rock se nutre de las desgracias y el malestar adolescente-, con trece años decidió que lo suyo no era el cole, sino la música y el arte. Sus padres se asustaron, le diagnosticaron –sus padres no, los psicólogos- algún trastorno de comportamiento, pero en fin, nada fuera de lo normal. Sufrió insomnio, momentos nocturnos que aprovechó para escuchar sin parar The Pixies y The Libertines. Y se dispuso a componer, a escribir, a arreglar, a grabar.
Incluso cosas de las que no se siente muy orgulloso, como su primera canción, creada con ocho años –no sabremos más de ella-. Archy es hijo de las mil corrientes del rock y el pop bueno. Cuando se re-bautizó en 2011 como King Krule, explicó haber elegido el nombre pensando en Kid Creole –alguien que se inspira en esta banda sólo puede ser un crack- y la película King Creole, con dios Elvis. Pero a él le va un montón de influencias e inspiraciones. En su mayoría rock, aunque muchas veces derrapa para cosas de las que su padre no renegaría, como esta versión de Stand By Me, de Ben E King, de la que por desgracia no encuentro audio disponible. Es un loco de internet y las descargas, aunque le molesta que tanta desmaterialización de los contenidos culturales le alejen del soporte físico. Añora los vinilos, colocar la aguja a mano buscando surco y sonido perfectos le parece una experiencia física, tal como reconoció en una entrevista.
Hace seis meses, septiembre de 2013, sacó su primer álbum, 6 Feet Beneath The Moon. Tenía diecinueve años. Es rock, hay algo de rap y de pop electro, pero fundamentalmente rock. Tiene cara de chaval ingles un pelín pillín que no puede con ella, pelirrojo y tez blanca. El disco no respira alegría, mucha rabia, incomprensión y desesperación por cómo va este mundo. Pero qué talento para expresarlo, madre mía. Es rock inglés, qué quieres que te diga. Debí nacer en Londres. Comadrona, después de My Generation, ponme Wild Thing, que la cosa está mumal.
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