”¡¡¡Estaba sentado a dos metros de Keith!!!” Así empezó un amigo de Paris a relatarme vía whatsapp su cena del pasado miércoles. Había coincidido en un restaurante con la mítica Piedra Rodante -casi la de Rosetta, si quieres entender la historia del rock’n’roll-, quien iba acompañado de unos cuantos guarda espaldas y una hermosa planta de dos metros de alto y tres tetas –es imposible que sólo dos ocupen tanto volumen-. La presencia del mítico guitarrista más las innumerables copas que se tomaría luego llevó a mi amigo a plantarse de madrugada en casa de su novia que le había echado dos semanas antes. Volvió a salir disparado. Con lo que han sido los Rolling Stones. Porca Miseria.
Sólo me dijo Keith y lo primero que me vino a la mente fue Richards. Marca de los grandes, porque podía haber sido Keith Jarrett, Keith Levene –fundador de Public Image Ltd con mi Johnny-, Keith Buckley –The Damned Things-, Keith Caputo –Life o f Agony-, Keith Flint –The Prodigy-, Keith Murray –hay dos- y no sé cuantos Keith más. Keith Moon no, que ya se ha muerto. O simplemente Keith. Así a secas.
¿No te suena Keith? Pues escucha el estribillo de 98.6 y ya verás cómo te acuerdas. Suponiendo, eso sí, que tengas cierta edad. Por cierto voy a cumplir un añito más dentro de poco, me haré un regalito, te lo digo por si quieres faltar a tu cita diaria, es el día 27. Descuida, algo de los Sex Pistols no.
Ay el Keith. Me he puesto contento al re-descubrir esta canción de 1966. Sin duda una de las de mis primeros años, pero la carrera efímera del cantante hizo que cayera rápidamente en el saco de los temas olvidados. 98.6 es la temperatura exacta del cuerpo humano en grados farenheit cuando todo va bien. Otra cosa es que la bonita planta de arriba te invite a contar sus bultos aprovechando que su novio de luces esté en el baño.
James Barry Keefer, Keith para las hemerotecas, nació en 1949 en Filadelfia. Poco se cuenta de él hasta aquel año 1966, cuando publicó su primer álbum, Ain’t Gonna Lie, después de ser descubierto por un DJ de su ciudad natal. El primer single extraído del disco, homónimo, le hizo entrar en los charts americanos. Meloso pero agradable, nada que decir.
A las pocas semanas su sello sacó 98.6, que funcionó mucho mejor. Era entretenida y ligerita, hoy suena nostálgica. Vendió un millón de ejemplares del tema sólo en su país, aunque en Europa también sonó mucho. Estaba en marcha una carrera que se las prometía felices, pero era sin contar con el ejercito US, que le arrestó en plena gira después de que presentara objeción de conciencia para no cumplir con sus obligaciones de ciudadano ejemplar. Estuvo un año sirviendo café y pastas a los generales de su cuartel y luego no supo retomar sus andanzas. Su segundo álbum, de 1968, pasó inadvertido, y Keith desapareció en combate.
En ambas canciones se pueden escuchar los coros de The Tokens, un grupo vocalista que se había hecho famoso cinco años antes interpretando la versión más conocida de The Lion Sleeps Tonight. Ah, y la entrada no estaría completa sin contar su momento de gloria. Un día, estaba Keith tan pancho en el baño de un garito nocturno –baños de estos verticales que admiten varios a la vez, silbando frente a la pared como si nada, cuando en realidad te preocupa tanta promiscuidad-, cuando de repente notó como la persona de al lado le daba una palmadita en el hombro para soltarle: “muy bonita tu canción 98.6”. La historia no dice si salpicó a todo dios de alegría, el vecino de faena era John Lennon.