Johanes Brahms – Deutsches Requiem

El Whalalla es algo así como el Rock’n’Roll Hall of Fame en alemán y versión clásica, donde se erigen bustos de ilustres compositores teutones para mayor gloria del pueblo germánico con tufillo a ario. En este templo neo-dórico situado en Donaustauf, en plena Baviera, no encontrarás rastro de guitarras ni pedal wah wah, menos aún de colillas de cigarros LP o botellas de cerveza vacías. Como mucho chupitos de schnaps polvorientos –que despidan al equipo de limpieza-.

Bach, Beethoven, Haendel, Mozart, Strauss, Wagner, todos ahí orgullosamente alineados, en medio de algún que otro famoso autor, científico o político germánico. Incluso hay un banquero y unos cuantos generales y mariscales, ja, es genético, no lo pueden evitar. Y ahí está Johanes Brahms, también en su sitio, con su barba de compositor pre-hipster y cara de pocos amigos –realmente tenía muchos, fue muy admirado-.

Cuando estoy seco seco seco de ideas, y que no hay forma de dar con un grupo para cumplir con esta p… m… de los c…. de reto de llegar a mil entradas para después tomarme la mayor cogorza que se recuerde a orillas del Manzanares –¡y anda que no hay competencia!-, tengo tres opciones: rescatar a un viejo grupo punk de mi juventud, ir a los benditos años 60’s –casi pongo a The Drifters pero noto cierto cansancio por esta época en la audiencia-, o rescatar un Réquiem. Hoy toca esta última opción. Además sigue siendo de noche cuando me levanto, esto mata.

Brahms - Deutsches Requiem

El “Deutsches Requiem” no es necesariamente la obra más famosa de este compositor del siglo XIX, en los recopilatorios navideños antes encontrarás Las Danzas Húngaras o el famoso Poco Allegretto de su Sinfonía nº 3 por ejemplo. Pero es hermoso, como casi todos los Réquiems. Brahms lo compuso por la muerte de su madre en 1868, ¡como para crear una obra sosa!

Como todos los niños intelectualmente aventajados, el pequeño Johanes fue un alumno y estudiante brillante, que recibió clases de piano a partir de los siete años. Cuando sus amigos pasaban horas con la Play Station –teclado de madera y pantalla vidriera- él tocaba y componía. Pasó por las manos -en el sentido figurado ¿vale?- de Otto Cossel y posteriormente por el propio profesor de este último, Eduard Marxsen, que decidió que haría de Brahms un virtuoso. Logró holgadamente su propósito, el compositor fue uno de los más grandes pianistas de su siglo, muchas veces tocaba él mismo sus composiciones.

Era un enamorado de la música de Bach, Beethoven y Mozart –cómo no, decir lo contrario te llevaba a la excomunión-, pero se cree saber que se durmió en plena representación de la Sonata en si menor de Franz Liszt. Los historiadores de hoy ponen en duda esta anécdota, a mi me hace gracia, esto es algo que puedo entender, si me llevasen a un concierto de Oasis haría lo mismo, roncando más alto que la voz de falsete del Gallagher y su guitarra soporífera. ¿Qué pasa Fiouck, hay nervios?

Na, lo que sí hay son prisas por terminar, que se me amontonan las tareas. Ya, lo sé, fatal. Brahms hizo mogollón de cosas -menos óperas-, mayormente buenas, si no no estaría aquí. Fue admirado y respetado, condecorado con múltiples reconocimientos por su obra, durante y después de su vida, y lo normal sería dedicarle una entrada menos… apresurada digamos, pero es lo que hay. Y lo quieras o no, su réquiem no es el de Fauré.

 

 

 

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