No ha gustado mi post de ayer. No tanto por desviarme de la línea del blog –música, sólo música-, sino por pintar de forma catastrofista el día de mañana. A nadie le gusta escuchar como suena a rebato a lo lejos cuando sólo aspiramos a ser medianamente felices, por muy difícil que nos lo pongan. Pero llevamos algunos lustros acercándonos genéticamente a la avestruz, cuando el bicharraco esconde la cabeza bajo tierra. Tampoco pretendía llamar especialmente la atención, en el fondo nosotros los simples mortales no dejamos de ser meros espectadores y sufridores de lo que se cuece ahí arriba en las altas esferas –“que hagan lo que quieran mientras la cerveza este bien fría”-. Y de verdad no era una llamada a almacenar en casa quintales de pasta, arroz y azúcar, por lo menos no hasta que yo haya hecho mis propias reservas. Juas.
Ante la posibilidad de que pase lo que dicen estos guionistas del terror, hay musicalmente tres alternativas. Pegarte un tiro como ayer, escuchando The End, de The Doors. Dar saltos de alegría despreocupada con cualquier chusma veraniega, si bien es una opción tan digna como las otras dos, no cuentes conmigo para poner la música. O rendirte por última vez a la belleza desgarradora de la ópera Tannhäuser, de Wagner, recordar que fuimos capaces de lo mejor, y mirar por la ventana como se acercan las llamas del infierno.
[Fiouck, tienes que tomar vitaminas, andas fatal hijo.]
Resumir la vida y obra de Wagner, complicado es. Sobre todo cuando pretende consagrarse a ello un no especialista, que sólo entiende de música cuando esta le arponea el corazón y le patea el estómago.
[Po vaya, acabo de romper las gafas al hacer de Director de Orquesta mientras escuchaba los primeros minutos de Tannhäuser. Ya me pasó hace días y ayer de nuevo con una almohadilla, el tipo de la óptica resopla resignado cuando me ve entrar.]
Lo mejor es que no la resuma –la vida de Richard, digo-. O como mucho en poquitas palabras: bohemio, caótico, polémico, anarquista, antisemita, sin una. Bueno, los puristas se echarán las manos a la cabeza, pero tú dame las gracias por librarte de una parrafada Fiouckipedia. Por lo menos ten la certeza de que no me invento nada. Wagner, aunque la historia prefiera a Mozart, fue, es y será el compositor dramático más dramáticamente genial.
[Por dios, la Obertura de Tannhäuser, es descorazonador.]
En 1845, con treinta y dos años, -¡¡¡32!!! Yo tengo casi veinte más y ¿qué dejo para la posteridad?- Richard Wagner compone Tannhäuser y sin todavía saberlo, postula a un puesto vitalicio en el altar de la música clásica. Entrega una obra suntuosa y grandiosa, en la que consagra un estilo irrepetible, el de la exaltación romántica, casi grandilocuente.
Empieza suave, antes de dejarse invadir por la épica y un lirismo trágico que quita el hipo –a mi me viene de perla porque lo suele tener dos o tres veces al día-. Hermoso, poderoso y dramático resplandor de un músico que ningún compositor de bandas sonoras no alcanzará jamás. Sólo Mozart le hace sombra. Tannhäuser, enorme sinfonía de la vida, sublime magnificencia de los sentimientos. Hasta las llamas parecen preciosas.