27 grados. Veintisiete grandiosos, bárbaros y prodigiosos grados. Esto marcaba el termómetro de mi coche esta tarde –por ayer- a las 16h30 en la M-30 de Madrid. Un 30 de marzo. Después de veintidós años viviendo en España, sigo sin salir de mi asombro. Y como soy buena persona por naturaleza, en estos casos me encanta sacarle una foto al termómetro para compartirla con mis amigos diseminados por toda Europa.
No entiendo por qué no les hace gracia, cuando como amigo de verdad deberían de alegrarse por mi. Esta tarde parece que se lo ha tomado especialmente mal un viejo comparsa de aventuras juveniles, que lleva algún tiempo en Edimburgo, donde la temperatura más alta prevista para esta semana es de ocho grados. Ocho. ¿A quién se le ocurre pasar un 30 de marzo con ocho grados?
Y eso que tengo fabulosos recuerdos de Edimburgo. Pasé ahí un par de veranos, a una edad en la que normalmente la belleza y armonía de una ciudad son conceptos que huelen a un montón de cosas de mayores, como es el timing al minuto, entradas sacadas con antelación, guía Lonely Planet en mano, botas Goretex y jersey de lana –y medio kilo de medicamentos en la riñonera Cepsa-. Créeme, Edimburgo es posiblemente la gran ciudad europea no capital de estado más bonita del continente. Creo que allí fue donde escuché por última vez Never Say Never, de Romeo Void.
Me la mandaron ayer vía whatsapp, tardé fácil un minuto en ubicarla. Es que esta canción se lleva la palma –por lo menos una de ellas- a la canción que más rápido pasó a mejor vida después de ensalzarla. Cuando se estrenó, sacudió mi walkman en más de una ocasión. Tenía el tempo perfecto para caminar por la ciudad, aunque muy a menudo más bien para correr detrás del último autobús, so pena de recorrer andando 5 ó 6 kilómetros antes de que los monstruos saliesen por las alcantarillas –de joven uno tiene mucha imaginación-.
Romeo Void era una banda post punk new wave formada en 1979 en San Francisco. Justo la época en la que, para intentar desmarcarse del resto, muchos grupos optaban por incluir sonidos diferentes a su música, y casi siempre la misión recaía en un Saxófono. Lo malo es que The Psychedelic Furs ya había pasado por ahí y cualquier intento de “copiarles” estaba abocado a esto: copiarles.
Destacaba en especial la cantante, Debora Lyall, la única representante “conocida” de la tribu india Cowlitz del oeste de Canadá. Eso sí, valía por dos de ellos, como Beth Ditto de Gossip. En 1982 sacaron el tema que más hizo por su carrera, Never Say Never. Cuando digo “más hizo”, es un decir, porque pocos años después se disolvían por motivos desconocidos. Realmente, desconocidos por mi, pero me da pereza buscar. Hala, mañana más.