Ayer recorrimos la mayor distancia jamás cubierta por el ser humano para acudir a un concierto, seis mil quinientos millones de kilómetros, para escuchar la canción más vieja jamás emitida, de hace cuatro mil quinientos millones de años, Ays Mi Churri, interpretada por el cometa Chury. Hoy toca otro rodeo, hasta el big bang, cuando empezó todo -me gusta la idea de un principio, la noción de infinito en el tiempo y el espacio me marea, para eso me tomo unas copas-. Viajemos hasta el cataclismo cósmico en el que nació el rock salvaje de The Sonics. Rock’n’roll.
No es fácil hacer que te creas que sin The Sonics, el rock no sería lo que es hoy. Ya sé que mi palabra vale poco –te he oído, eres mala persona-, así que posiblemente ayude enumerar todos los grupos que tarde o temprano han reconocido que les deben mucho. Empezando por Iggy Pop & The Stooges, MC5, Jimi Hendrix, el Boss, toda la ola punk londinense, toda la ola grunge americana, todo el renacer rock neoyorquino de finales de los 90. Son muchos artistas que dicen lo mismo. Créetelo.
Todo empezó en 1963 –fantástico año, el del asno sideral, yo-, cuando el bajista de una banda de Seattle llamada The Wailers –nada que ver con la de Bob el futbolista de ensueño-, recibió una cinta de demo grabada en un garaje por unos desconocidos. Buck Orsmby, el bajista en cuestión, declaró: “Esto fue como un bofetón, un memorable soplamocos. Una grabación bruta, con una tremenda potencia, tan particular…”. Se le notaba un poco celoso al Buck. Los temas de la cinta procedían de una pequeña banda de Tacoma, en las afueras de la ciudad cerca de la cuna de Boeing, llamada The Sonics, en honor al fabricante de aviones.
Corrían años de ir bien vestido para subirse a un escenario, por ello aparentemente The Sonics cumplía con el molde. De hecho, a los hermanos Tapyra, fundadores del grupo, les apoyaban sus padres, que recogían concienzudamente en cassette cada sesión de grabación en el garage familiar desde 1962. Habían tenido una cantante, Marilyn Lodge –ahora tendrá más de setenta años, qué habrá sido de ella…-, pero la sustituyó rápidamente Gerry Roslie, que venía de otra banda local, The Searchers. En la foto, cinco músicos impolutos, aunque si te fijas mejor, luciendo un look rock demoniaco para la época.
Volvamos a nuestro querido bajista. Nada más escuchar la cinta, convocó al grupo para firmarles con su pequeño sello, Etiquette Records y los empujó a patadas en un estudio. Allí se quitaron la sotana de buenos chicos y lo devastaron todo. El estudio fue el primero, reventaron el techo para que el sonido pareciera más live. Clavaron de todo en los bafles para conseguir un sonido distorsionado. Se hicieron con los instrumentos como nadie lo había hecho antes. Reventaron el rock, el soul y el rythm’n’blues, insuflándole una energía salvaje, sostenida por la voz de Gerry Roslie.
El resultado fue aquel disco memorable y legendario de 1965, Here Are The Sonics. Un monumento al buen gusto rock’n’roll, distorsiones y estridencias de quienes han firmado con el diablo. El disco no tuvo cobertura en los medios, negándose la radio a programarlo. El primer álbum de Garage Rock, dos años antes de que naciera Kurt Cobain. Poco conocido, marcó un antes y un después. Enorme.
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