Si Presley fue Dios, Chuck Berry fue Moíses, tablas de los diez mandamientos del rock’n’roll en mano. Un Moíses con camisa y corbata de jurista, y mono de albañil: Echó nada menos que los cimientos de la casa del rock y escribió el código y las reglas a seguir. Chuck Berry fue excesivo en todo, en la gloria y en la sombra. Un músico genial y un capullo grande, uno de los más grandes guitarristas del siglo y, faceta menos valorada, un letrista fuera de lo común. Para descubrir los Estados Unidos posteriores a la segunda guerra mundial, se dice que puedes leer a Hemingway o Bukovski, Kerouac o Fante, o simplemente escuchar a Chuck Berry.
Fue el primero en entrar en el Rock’n’Roll Hall of Fame, en el año de la creación de este selecto club de todo lo que el rock tiene de músicos importantes. Fue en 1986, había cumplido medio siglo, era ya una leyenda viva. De él, John Lennon –the soso #1- dijo “Si fuera necesario darle otro nombre al rock’n’roll, habría que llamarlo Chuck Berry”. Todas sus primeras canciones, publicadas en la segunda parte de los 50’s, con su particular forma de interpretarlas, se han convertido en algo más que estándares. Son algo así como el camino a seguir. Odas vitales a la vida y el frenesí.
Nació en St Louis en 1926… y luego se olvidó de morir. Piénsalo, yo te hablo de Chuck Berry y tú dices, coño, y este hombre cuándo murió? Pues sigue vivo. Y bien vivo. Pero su nombre está tan profundamente grabado en el monumento al rock’n’roll, que todos nos creemos que nos dejó hace mucho. ¿Se engrandecerá su figura cuando se muera? No creo. Todo lo que tenía que decir, tocar y cantar ya lo dijo, tocó y cantó. Los más jóvenes –pocos- se pondrán al día solos. Otros mandarán un whatsapp a sus padres con un lacónico “¿le conocías?» Vivió demasiado tiempo –él dirá justo lo contrario, con razón-; a la leyenda no le van ni las canas ni las arrugas. La leyenda necesita carne fresca. Ya veremos qué pasa. Mientras tanto, de vez en cuando le sacan de su porta-traje, para tocar en auto homenajes o fiestas de músicos que bien podrían ser tataranietos suyos. Jo, yo pagaba caro por verle…
Un músico de sol y sombra. Lado soleado: canciones para la eternidad, mil veces interpretadas, estudiadas, descritas, sampleadas, versionadas. Un legado del que siguen chupando miles de grupos al día. Johnny B. Goode, Sweet Little Sixteen, School Day, Roll Over Beethoven, Carol, Rock and Roll Music y cien más. Mil más. Tenía tanto talento que lo podía plasmar en decenas de hits al año. Se hizo rico, famoso, leyenda, hombre de culto y admiración. Lado oscuro: una parte de su vida la pasó en la cárcel o en juicios interminables. Por robar coches cuando era joven, por emplear –y prostituir, según se cree saber- a una menor de edad en uno de los bares que montó,- por robar al fisco –el dinero fue uno de sus grandes problemas-, por espiar a las mujeres con cámaras ocultas en el baño de otro restaurante suyo.
Ays Chuck, de no ser por tus ganas de siempre apartarte de la carretera, yo te llamaba Dios –un Dios negro, mola-, y a Elvis lo dejábamos en King. Pero esto es rock’n’roll, señores, qué más da uno que otro, lo importante es el alma, la pasión, el desmadre y el milagro mil veces repetido de la música que te invade el corazón y las tripas. Chuck Berry fue un inmenso genio y un capullo. Uno de los más grandes guitarristas. Una estrella en el firmamento, una leyenda para manuales, una pieza de arte.
Hoy no daré números. Ni de ventas, ni de rankings, ni de notas. Los hay –pocos- por encima de estas consideraciones. Chuck Berry. Johnny B. Goode. Acaso hay una canción más evocadora de lo grande que es el rock’n’roll?
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