Casco de piloto de caza con estrella roja en la cabeza, máscara de luchador mexicano en la cara, albornoz de boxeador con su nombre escrito en la espalda. Cascadeur se mueve lentamente, como un samurái, sin hacer ruido, rodeado de teclados e instrumentos extraños. Cada gesto cuenta. La ceremonia se aplica al milímetro. Deja pasar varios minutos de silencio, rito que a veces irrita al público. Pero desde las primeras notas, la curiosidad suscitada por el silencio da paso a la emoción, la melancolía. En el escenario, Cascadeur se divierte con el misterio creado. Cascadeur, es Alexandre Longo, pianista de formación clásica de Metz, ciudad del este de Francia. Su personaje brilla bajo los focos, pero él se queda en la sombra.
Su historia es la de un músico apasionado por el piano, su instrumento de predilección desde muy pequeño. Padres músicos, educación estricta, vacaciones dedicadas al desarrollo intelectual. Y eso que podía haber sido futbolista, su otra gran pasión. Pero sólo podía jugar cuando había acabado las clases de piano. Admiraba a Platini en su época Juventus, por tradición, siendo hijo de italiano emigrado a Francia. Su padre dirigía la Escuela de Bellas Artes de Metz, así que el pequeño Cascadeur recibió una formación clásica, óperas italianas, música contemporánea. La emoción y la belleza se convierten en su leitmotiv, en el arte como en el fútbol. Y no pueden dejar de ser un juego. Cuando sube al escenario, observa el público, que le espera, y él se divierte. Su disfraz algo absurdo ayuda a que la carga emocional de sus composiciones melancólicas no sea demasiado grande. En noviembre 2009, en un mini festival en París, le tocaba actuar después de The Black Lips, energía rock’n’roll pura. El público estaba hirviendo, había habido intercambio de latas entre la banda y los cientos de fans. Cascadeur esperó su turno. Otros hubiesen subido al escenario como un condenado a la horca, él se reía detrás de su máscara. Se subió al escenario, un técnico le advirtió de que seguían lloviendo latas. Y empezó la ceremonia. Se tomó su tiempo. Como una aparición, emergió de las sombras con su voz felina. Como un contralto enmascarado, tranquilizó al público en ebullición. No volaron latas. De repente el público se quedó enmudecido, conquistado por la música de Cascadeur. La magia de la emoción de su voz alta y sus composiciones a la Eric Satie.
Canta en Inglés, idioma que no controla, como la mayoría de los franceses. Le gusta el riesgo, de ahí su nombre –un cascadeur es el especialista que dobla los actores en el cine en las escenas peligrosas-. Su único álbum hasta la fecha es arriesgado. Música difícil de clasificar, o calificar. O explicar. Así que, joven padawan, te invito a escuchar The Human Octopus. Y si no tienes tiempo –mal, muy mal-, ve directo al segundo tema, Walker. Es sublime.
Escucha entero The Human Octopus, de Cascadeur
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E-S-P-E-C-T-A-C-U-L-A-R
Gracias por tus comentarios, me permiten volver a leer viejas entradas.
Esta me gusta por ejemplo, si no fuera por el uso del presente donde se imponía el pasado.
Por lo demás, un disco súper bonito sí, Walker es emoción aérea pura.
Je, pues yo te iba a decir que me siento una pesada escribiendo tantos comentarios, pero es que no puedo evitarlo: este blog es un no parar de escuchar y descubrir buena música.
Tú comenta todo lo que quieras, no te cortes sobre todo
Y, ¿por qué en pasado? Si al final he visto que sacó otro disco.
Sólo lo decía a nivel sintáctico…