Que conste que me lo he pensado mucho antes de sacar a este artista. Dudaba entre: 1. pobres, se van a aburrir como una ostra, 2. suerte tienen, van a descubrir a un tipo genial, y 3. onanismo al poder, es uno de mis cantantes franceses preferidos. Como la opción 1 anulaba las otras dos, sólo podía salir Julien Clerc en caso de que la 2 y la 3 se uniesen –vamos a tener que acostumbrarnos a las alianzas imposibles-. Pues te fastidias, 3 + 2 = 5, por el c… te la hinco. Juas me río yo solo, ¿puedo?
También me temía un aluvión de abucheos por parte de algunos lectores franchutes a los que les chirría la forma de cantar de un artista, que aún así, sigue siendo extremadamente popular en Francia. 47 años bajo los focos, millones de discos vendidos, una hazaña considerando que sus detractores opinan que más que cantar, bela. Vale un poquito sí, algo de tremolo tiene en la voz. Pero forma parte de su encanto, yo le escucho desde su primer single, La Cavalerie, publicado en 1968, por algo será.
Julien Clerc es el artista que más se aproxima a mi idea del tío guay -en su acepción buena-. El éxito no le ha comido el coco, es discreto, comprometido con un montón de causas sin que apenas se sepa, generoso en amores y amistades, caluroso con un público que no para de renovarse nunca. “Un type bien”, diríamos en francés. Muy buena persona, decimos por aquí.
Cuarenta y seis años da para sacar mucha música. En su caso, 23 álbumes de estudio, una quincena en concierto, tropecientos recopilatorios –tengo tres en casa-. ¿Cómo se pueden explicar carreras tan largas, cuando por el camino ha podido tropezar con la explosión de decenas de géneros y estilos nuevos? Empezó pocos meses antes de mayo del 68, y hoy sigue casi intacto, en una época en la que a los jóvenes mayo del 68 les suena a guerras de otro planeta. El talento será.
Iba a para alumno aventajado. Ciencias Políticas, La Sorbona, pero se avecinaban tiempos de revuelta y se escuchaban dulces cantos de sirenas sexualmente liberadas. Para pillar cacho, mejor en un escenario antes que en una oficina –por mucho que tus propias experiencias indiquen lo contrario, listillo-. Así que dejó las aulas impolutas por salas de café llenas de humo y de gritos de revolución. Fue cuando empezó a escribir sus primeras canciones, con la ayuda de un amigo. Una relación de su padre le permitió acceder a la discográfica Pathe-Marconi, donde el dueño le pidió que interpretara la canción que quería. Cantó una de Georges Brassens, Hécatombe. Firmó el mismo día y poco después salía La Cavalerie –la caballería-. Simbólico estreno, dos meses antes de mayo del 68.
También fue cuando se compró un piano, un Yamaha de media cola, negro, en el que durante casi medio siglo ha compuesto la totalidad de sus canciones. Tuvo muchas mujeres, desde France Gall a Miou-Miou, una actriz de los setenta que a mi me chiflaba. Aquello le valió un puñetazo del novio de ella, por ladrón de corazones. El boxeador era Patrick Dewaere, el John Belushi galo, inmenso actor que se suicidó en plena gloria.
A Julien Clerc le seguí fielmente la pista hasta que me marchara de Francia, en 92. Dos años antes había publicado Fais Moi Une Place, uno de sus grandes discos, el más emocionante. De las doce canciones, hay cinco o seis que me sé de memoria, porque si no lo he escuchado 1.000 veces, no lo he escuchado nunca. Cada una de ellas es como una cuchillada en la espalda, por el tiempo que vuela.
[De la selección de canciones, las famosas cinco o seis empiezan en Le Verrou, por si te interesa mínimamente, que sé que no va a pasar. Porca miseria. Las otras son anteriores, de sus más emblemáticas.]