Indra Rios-Moore – Heartland

Todos los hombres que descubren Prince en un escenario se dicen lo mismo: este tipo podría ser mi mujer. Estoy segura de que les gustaría hacerle el amor”. Yo he visto al enano púrpura de Minneapolis dos veces en concierto –la primera en París en una desastrosa actuación de 50 minutos que prefiero olvidar, la segunda en Madrid en las Ventas, gigantesca y apoteósica- y no recuerdo que se me ocurriera nada sexual con el gnomo violeta. Con su corista a lo mejor, ¿pero con Prince?

Esta pintoresca declaración la hizo la cantante Indra Rios-Moore hace poco, en una entrevista promocional para su tercer disco, Heartland. No sé si es un truco para atraer la atención y salir en los medios o simplemente si abusa de ciertas sustancias. En todo caso ha hecho bien, me acabo de encontrar con esta curiosa aseveración por casualidad, y me ha permitido descubrir a esta prometedora cantante de soul, groove y jazz.

Indra heredó dos cosas de sus padres: un bonito nombre, el del dios Hindú del cielo y la lluvia –aunque en España suene a compañía informática tentacular-, y la pasión salvadora de la música. De padre afro americano de origen sirio, bajista de jazz, y de madre puertorriqueña, se crió en el Lower East Side de Manhattan. No es barrio para chiquillas, debió pensar su madre, que la protegía de los peligros de la calle reteniéndola en casa, en medio de todo tipo de instrumentos y una gran colección de discos –me recuerda a la madre de las hermanas Scroggins, que montaron ESG, grupo No Wave de culto de principios de los 80, para no tener que salir fuera-.

Indra Rios-Moore

Se puso a tocar y cantar desde los seis años, demostrando algo más que facilidad para el bel canto. Con trece años, su madre le pagó un taxi para que acudiera al Mannes College Of Music, en Nueva York. En la entrevista con el director del establecimiento, a pesar de un tremendo medio escénico, aprobó en la prueba y fue seleccionada. Desarrolló su voz de soprano, aprendió a controlar sus nervios, se hizo con todas las arias clásicas, y con veintipocos años, empezó a trabajar de camarera en un bar de vinos. Ya, bueno, típico de la época que nos ha tocado, por desgracia no siempre sirve un historial académico de primera.

Pero es cuando el hada buena hizo de las suyas. Un día le tocó servir una mesa donde estaba Benjamin Traerup, saxofonista y danés. Flechazo. Un año después se casaban en Dinamarca, donde hoy residen, y formaban una banda de jazz Groove soul blues con el bajista Thomas Sejthen. Poco a poco, de típico grupo para bodas pasaron a ser invitados cada vez más lejos, por toda Escandinavia, hasta que tocaron en una ceremonia organizada para los Príncipes de Dinamarca.

En 2010 publicaron su primer álbum, homónimo, que ganó el Danish Music Award en la categoría Mejor Álbum de Jazz Vocal, y repitieron disco y premio en 2012, con In Between. Hace menos de dos meses se ha publicado Heartland, el tercero. Un álbum con sólo versiones, muy –muy- bonito. Money, de Pink Floyd, Heroes, de Bowie, What Becomes Of The Broken Hearted, de Jimmy Ruffin, Little Black Train, de Woodie Guthrie. Incluso Hacia Dónde, de no sé quién –ya ya, tengo mis fallos, ayuda bienvenida-. Música minimalista y voz preciosa, hazte con su nombre, apunta alto.

Luego ya sabes, sube el volumen, zumito y a misa.

 

 

 

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