Lonelady – Hinterland

Esta mañana mientras tomaba mi café al sol, pude observar el curioso comportamiento de un insecto volador caminando por la mesilla. Cada pocos segundos se ponía boca abajo, estiraba las alas al máximo y, eso creo haber visto, también las patas, ofreciendo su recto a los dardos del sol –suponiendo que lo tenía donde impera cierta lógica biológica-. Luego se ponía de nuevo sobre sus patas, caminaba pocos centímetros, y otra vez, cual ruso ebrio en la calle. Le di un capirotazo antes de que se diera un baño en mi café.

He mirado en internet, tenía toda la pinta de ser una efímera, de la familia de los efemerópteros, cuya principal particularidad es la de vivir a veces menos de un día. Nacen al atardecer, con el entusiasmo propio de los que no tienen ni pipa de lo que les espera, pasan a la edad adulta por la noche –suerte tienen de no tener que vivir la edad del pavo-, mantienen intensas y frenéticas relaciones sexuales que no les deja tiempo ni para comer, y por la mañana se mueren. Pum pa.

Me temo que esto le ha pasado al segundo disco de Lonelady, Hinterland, publicado hace dos meses. Se mandó la tarjeta de recién nacido con la buena nueva a todos los medios y blogs especializados en músicas alternativas –en su correcta acepción-, recogieron la noticia con ansiedad, pero al día siguiente ya estaban entonando un réquiem en la iglesia del rock.

lonelady hinterland

Nació con las mejores intenciones, la verdad. Los ingleses no tienen cordón umbilical, tienen un cable USB conectado a la mayor base de datos musical del planeta. Cuando nacen, los bebes británicos no pegan un grito liberador, vociferan rabiosamente o harmoniosamente micro en mano. La única función del Reino Unido es la de alimentarnos con propuestas siempre renovadas que nos deleitan los oídos y se ponen a ello desde el primer minuto. Grandes ingleses.

Aunque a veces se queda en mucho ruido y pocas nueces. Hinterland, con su música electro post punk funk, apuntaba alto, muy alto, pero fue víctima de una pajara cual ciclista sudoroso en el Tourmalet. ¡Qué pena! Y eso que tenía en principio todos los ingredientes para gustar(me), con cada canción girando alrededor de cinco o seis minutos, dejando entrever ritmos creciendo e intensidad épica.

Pero nanaï. Terminan cada una como empiezan. No terminan de despegar. Julie Campbell, quien se esconde detrás de Lonelady, se inspiró en el descalabro industrial de su ciudad de Manchester pero acunó un disco curiosamente en el lado opuesto, a veces alegre, con sonidos disco funk que no vienen a cuenta. El minimalismo post industrial del álbum, que a veces recuerda a la cold wave de Liaisons Dangereuses, o la new wave suave de Anne Clark, derrapa con mucha facilidad hacía lo superficial.

Ojo, no he dicho que sea un mal disco, se deja escuchar. Simplemente no da el pego. Hala, voy a ver si mi efímera se ha repuesto del golpe.

 

 

 

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