Bajaría la guardia un instante, no dejaría de ser un pequeño momento de distracción cuando estaba a puntito de resolver las grandes cuestiones del universo –cosa que suelo hacer cada vez que salgo a por el pan-. El estaría ahí al acecho, esperando el pequeño descuido fatal. Claro que en ese momento no noté nada, los agujeros negros y los cuásares estaban a punto de desvelar sus secretos. Francamente para qué me iba a preocupar por un virus diminuto con colmillos afilados y garras sucias.
Me cachis. Ahora estoy en la cama, con gripazo, pasándolo muy mal. Y tú riéndote, hay que ver… Estoy con fiebre. Es curioso los “viajes” que haces cuando deliras. En este caso, el alma dolida del Tomate se separó del cuerpo dolorido de Fiouck y retrocedió dos días en el tiempo, justo cuando el maldito bicho me asaltaba por detrás.
Lo vi todo. Como en las películas de ladrones, utilizó un diamante para trazar un círculo en mi cuello, retiró el diminuto trozo de piel, se coló por el orificio, cerró detrás de él y lo selló herméticamente con un poco de moco. Qué asco de bicho, menudos modales más bastos.
Total, gripe, fiebre y esa sensación de debilidad que cabrea. Como para indagar en la vida de un grupo para entregar un post digno. Paso. Además llevo todo el día escuchando una marcha fúnebre. ¿Será este mi último post? Hoooo Fiouck no, no te vayas.
Venga, te dejo con la susodicha marcha fúnebre. Es de Hector Berlioz (1803-1969), compositor francés, aunque también escritor, crítico musical y director de orquesta. Este, seguro que no pillaría nunca gripe. Entre 1831 y 1844, escribió Tristia, una obra para orquesta y coros, en distintos lugares y momentos. Se publicó el conjunto en 1852 pero curiosamente no se interpretaron nunca mientras vivía. Berlioz asociaba estas piezas a Hamlet, de Shakespeare. Y yo a la gripe, somos poca cosa.
Tener gripe o no tener, that is the fucking question. Hala, a la cama.