Aún con un potencial de 1.000 posts, hasta esta mañana la probabilidad de que uno de ellos fuera dedicado a Kuwait era cero. Kuwait no me inspira nada, ni fu ni fa, si acaso algunas reacciones cutáneas severas cuando nos llegan noticias sobre el trato reservado al genero femenino, y eso que Kuwait no es el peor parado en la región. También de vez en cuando me acuerdo de la madre de todos los kuwaitís cuando lleno el deposito de mi coche. Kuwait, un país con una población equivalente a la mitad de la Comunidad de Madrid y que hace de la hospitalidad una religión –otra-, hasta invitar a su vecino iraquí en 1990 a venir a comprobarlo in situ.

Nueve años, esa era la edad que tenía Fatima Al Qadari cuando Sadam Hussein se hizo por un tiempo con las botellas de alcohol escondidas del Emir kuwaití –cierto, aseveración mías gratis-. Estaba ella viendo sus dibujos animados favoritos en la tele, cuando de repente saltó en pantalla, en blanco y negro, un tipo con mirada dura, boina militar y bigote perfectamente peinado, anunciando al pueblo kuwaití que acababa de ser liberado del famoso Emir borrachón –calificativo mío gratis-. Claro, con nueve años, ella no tenía porque saber que su pequeño país era una presa fácil para el vecino beligerante. Para ella y su hermana, fueron muchos meses de angustia, de presenciar la muerte de cerca, tener que cambiar de casa cada semana, enterarse que sus padres formaban parte de un resistencia silenciosa, astuta y asustada. Casi veinticinco años después, lo cuenta todavía con miedo en el cuerpo. Como aquella vez en la que su madre, que se inventaba una tripa de embarazada de muchos meses para transportar panfletos anti Saddam de barrio en barrio, fue arrestada por una patrulla de soldados iraquies que le espetaron, tan elegantes: “Estáis ocupados pero seguís follando como conejos”. Cosas de las guerras.

Así que para ahuyentar a los monstruos nocturnos, la pequeña Fatima Al Qadari se refugió en la música. Fan de vídeojuegos, empezó a interesarse por las musiquillas 8 bits que solían acompañar a sus héroes preferidos. Se creó un universo de fantasía binaria que veinte años después sigue siendo su marca de fábrica. Hoy reside en Nueva York, es fotógrafa, pero su pasión sigue siendo la música electrónica, con claras reminiscencias orientales. Ya ha publicado varios EPs pero su primer álbum, Asiatisch, sólo se acaba de estrenar el mes pasado. El resultado es sumamente curioso. Al igual que los de Bonnie Tyler, no creo que me lo llevaría a una isla, aún así es original. Sonidos muy suyos, melodías trabajadas, inspiración asiática. Destaca una versión osada y brillante del “Nothing Compares 2 U”, de Sinead O’Connor, esta sí que me la quedo para mi playlist en mi móvil. Es….distinto. Mola.

[Por cierto, la mujer que sale en la portada del disco no es ella. Fatima Al Qadari tiene rasgos árabes de verdad, es menuda y delicada, y curiosamente en bastantes fotos se parece a Prince.]