A mediados de los 80’s, trabajé durante tres años en una radio en París. En la última época, tenía que alimentar un talk show nocturno con invitados del mundo “cultural”. Músicos, escritores, artistas de todo tipo. Bendita época profesional la verdad, me lo pasé bomba. Por suerte, con el presentador teníamos los mismos gustos, así que podía invitar a quien me daba la gana. Encima por circunstancias ajenas, no teníamos que preocuparnos para nada de la audiencia. Una gozada disponer de tres horas diarias de antena en estas condiciones. Invitábamos a personajes famosos y a auténticos desconocidos, sólo por el placer de conocerles durante un rato. Tengo anécdotas para llenar dos wikipedias, hoy me conformaré con una acerca del invitado de una noche, Bill Pritchard, un cantante inglés sin pedigrí y del que tenía el vinilo –eran otros tiempos, las discográficas mandaban cientos de álbumes a las radios para la promoción, me quedé con unos cuantos-.
Mientras el cantante contestaba las preguntas del presentador y escuchábamos algunos temas de su disco del momento, yo estaba fuera del estudio con la novia del artista, haciendo tiempo. Habían llegado cogidos de la mano, oooh, muy tiernos. En un momento dado le pregunté cuánto le gustaba la música de su boyfriend. Me miró con una mueca de sufrimiento y me contestó: “buf, me espanta, no puedo con ella”. Hala. Esta sí que no me la esperaba. A mí el disco me encantaba –lo tengo delante de mí, en perfecto estado-, pero no era el problema, no tenía por qué gustar a todo el mundo. Pero que no le gustara nada a la chica del músico? Esto sí que me supera. Yo no podría ser el chico de Lady Miss Bistec Gaga por citar a una. A parte de que es menos guapa que los pobres bovinos que maltrata, no me imagino compartir establo casa con la cantante que más dolor de cabeza me provoca. Hoy Bill Pritchard es padre de familia, pero no con la novia en cuestión. Hombre, un poco de coherencia por dios.
Bill Pritchard no ha dejado muchas huellas en la historia de la música popular. Nació en Lichfield, en el condado de Staffordshire, Inglaterra. Fíjate cómo la memoria colectiva puede llegar a ser cruel, a este pueblo se le conoce más por haber sido el lugar donde Black Sabbath dio su primer concierto a finales de los 60’s, que por haber dado a luz a un músico que pudo haber encandilado al mundo de nacer veinte años más tarde. Este es el problema de Bill Pritchard, llegó demasiado adelantado a su tiempo. Hoy tenemos a James Blunt, Josh Rouse, Mika, Jason Mraz, Milow y cuatro mil más. Pero en 1987, año del famoso disco Half a Million, sólo estaba Bill Pritchard. Y su música no cuajó. En Inglaterra directamente no le conocen. Sólo en Francia y Bélgica algo se le recuerda. Sobrevivió colaborando con Françoise Hardy –su ídolo desde muy joven- y Daniel Darc. A este último en España apenas se le conoce, una pena, fue líder de uno de los grupos más emblemáticos de la escena rock new wave de principios de los 80 en el país vecino, Taxi Girl.
Total, tengo este vinilo entre manos, Half a Million. Música a la vez delicada como energizante, pop melancólica a pesar del ritmo impuesto por su guitarra. Angelique, Dejeuner sur l’Herbe, Born Blonde, todos temas muy bonitos. Y como extra, otras dos canciones de otros tantos álbumes, I’m in Love Forever y Tommy & Co, muy representativas de un artista que pudo ser pero que no fue.
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