Insoportable. Cautivadora. Chillona. Cálida. Nasal. Frágil. Pedante. Luminosa. Aguda. Acariciadora. Desde luego la voz de Jay Jay Johanson no deja indiferente. O te chifla o te saca de quicio. Cosa que puedo entender, porque si bien a mi me encanta, reconozco que a veces está al borde de hacerme saltar de mis casillas. Su voz es la faceta más destacable de un artista al que cuesta encasillar. Al juego de “te gustará si te gusta…”, no es nada fácil poner a alguien que te pueda orientar. O sí, pero no uno, sino muchos y muy variados. Crooner al estilo Sinatra, Trip Hop a lo Portishead, teatral como Neil Hannon de Divine Comedy, Jay Jay Johanson lleva cerca de veinte años liándola con estilos varios y despistando a sus seguidores.
Nació en Suecia, en un pueblo bucólico de nombre Trollhättan –esta gente nos pone a prueba con estos nombres-, el 11 de septiembre de 1969, en una época en la que podías perfectamente nacer un once de septiembre sin que la gente alrededor se santiguara cuatro veces seguidas invocando a fuerzas ocultas. Sus padres, que tenían un sentido del humor bastante dudoso, le llamaron Jäje –a mi me hacen esto y les denuncio-. Esto puede explicar que desde muy joven se le notó reivindicativo al chaval, con diez años montó un grupo de música punk, May Tuck. Pensándolo bien, no le veo cantando God Save The Queen con esta voz, no le pega nada. Luego descubrió el jazz y se pasó al clarinete y al saxófono. Fue cuando se rebautizó él mismo, inspirándose en Jay Jay Johnson, uno de los grandes trombonistas del jazz del siglo XX.
Durante sus estudios de arquitectura siguió componiendo y tocando con un cuarteto local, pero en 1994 se le hizo la luz. Descubrió el álbum Dummy, de Portishead, dejó el jazz, se compró un sintetizador y una caja de ritmos, y cambió radicalmente de estilo. En 1996 le contactan de la discográfica BMG, al que le había llegado una demo. Grabó su primer disco, Whiskey, que salió al mercado al año siguiente.
Recuerdo perfectamente dónde, cuándo y quién me regaló el CD, con un escueto, “escucha esto, no se parece a nada, te va a gustar, va a ser el rey”. Tres afirmaciones, dos aciertos. La música de Whiskey no se parecía a nada y me gustó. Pero veinte años más tarde sigue sin ser el rey de nada. Demasiado diferente para ser un súper ventas. Y esta voz tan particular no puede nada contra los aullidos de las estrellas pop. Una pena, porque el disco es brillante. Electro sensual, algo así. It Hurts Me So, So Tell The Girls That I’m Back In Town, I’m older now, The Girl i love is gone, todos temas delicados sin ser ñoños. Yo no he probado una gota de whisky en treinta y cinco años –no es muy difícil adivinar por qué-, pero este disco lo llevo saboreando casi veinte.
Bastante peculiar, sí. Pero me gusta por su originalidad, vaya mezcla de estilos.
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It hurts me so….UF .
Amo ese disco. No podía faltar esto en tu blog….Y ¿hay tanta diferencia entre Jäje y Fiouck? 🙂
Por lo menos me lo he puesto yo, este mote! 🙂