Ayer no me aplastó un autobús de la EMT de milagro. Realmente no cruce la calle delante de ninguno y el más cercano que vi pasaría bastante lejos. ¿Entonces qué? Es una reflexión mía que me hago a menudo –uno se tortura la mente como puede-: cuando ocurre una desgracia fruta del azar, piensas en cada detalle de los pequeños acontecimientos que podrían haber llevado a la víctima justo en el momento y lugar equivocado, maldiciendo estos segundos de menos o de más que la hicieron coincidir con, por ejemplo, el piano que se descuelga y cae al vacío. Así que ayer supongo que la suma de los segundos ganados o perdidos se quedaría en cero y el autobús pasó de largo. Qué guay, estoy vivo. Celebrémoslo.
Para ello nada mejor que los sonidos árabes festivos. Siempre me ha gustado la música árabe, tengo la suerte de tener unos padres que nos hicieron descubrir el cuscús y demás tajines cuando todavía llevaba pantalones cortos, y no tienen el mismo sabor si la música no va acorde. Es como los sonidos de los Balcanes, respiran una energía alegre envidiable.
Omar Souleyman es el rey actual de la World Music sección techno árabe. Allá donde pasa, revienta y electrifica las masas, que se retiran felizmente idiotas como cuando el Atleti le gana al Madrid. Juas. Estuvo en el Sónar 2009 y estará nuevamente el año que viene, mientras que este año se le pudo ver en Razmattaz durante el Sónar.
Es sirio, oriundo de la provincia de Hassake, en el noroeste. Entre la guerra civil y la llegada del Estado Islámico, los habitantes de su provincia natal han sufrido en sus carnes la locura de unos enfrentamientos donde ya no se sabe quién mata a quién y por qué. Así que a Omar Souleyman no le quedó otra opción que emigrar a Turquía.
Pero no por poner un pie en Occidente ha cambiado. Hoy sigue fiel a sus raíces y se nota en su atavío: zaub hasta las rodillas, kufiyya blanca y roja, bigote estilo Ibn Al Aznar y gafas negras. Se hizo muy popular en su país hace muchos años, como el cantante preferido de las bodas. La dabka, nombre que se le da a la música que acompaña a estas ceremonias, es casi más importante que el número de camellos que aporta el marido a la dote. Siempre va acompañado del atabat, ese hombre que le susurra al cantante los versos improvisados para glorificar a la familia invitada, para evitar que saquen las kalashnikov a la primera infracción en el código de una tradición milenaria.
Como todo se graba en cassettes que luego se regalan a ambas familias, Omar Souleyman ostenta el record mundial de álbumes, alrededor de 700. En principio nada le predestinaba a convertirse en el preferido de los festivales de world music, pero el mismo azar, que a veces hace llover pianos cuando vas corriendo por la calle para no llegar tarde, hizo que unas de estas cassettes se cruzaron por el camino de un americano inquieto, Mark Gergis, caza talento de las músicas más inverosímiles por cuenta de algunas discográficas especializadas.
En 2007 hizo un recopilatorio de varias canciones encontradas en Siria, algunas de las cuales interpretadas por Omar Souleyman. Este último llamó especialmente la atención del sello Sublime Frequencies, que le pidió un disco entero del artista para editarlo. Así nació el álbum Highway to Hassake, gracias a una labor impecable y tan necesaria para que ciertas músicas no se queden confidenciales.
Hoy Omar Souleyman goza de fama suficiente como para dar un concierto al aire en Central Park y constatar que, a pesar de las diferencias culturales que le separan de su público occidental, a los pocos segundos de empezar sus conciertos, se crea una extraña comunión llena de felicidad. Una gozada de electro beat en directo del desierto sirio, que me transmite energía necesaria como para enfrentarme a cualquier autobús. Conductor, ten cuidado, que voy a cruzar.
[Las dos canciones para escuchar son extraídas de su nuevo álbum, Bahdeni Nami, publicado este mes de julio]
Muy bueno!!
¡¡verdad!!