Ian Brennan es un productor musical hecho y derecho. Por sus manos han pasado grupos como Tinariwen, TV On The Radio, Richard Thompson, Jonathan Richman o Flea. Esta es la tarjeta de visita que saca cuando se adentra en el gremio que nos suena familiar. Pero su pasión no está ahí, Ian Brennan es de estas personas que mueven montañas para dar voz a los que nunca la tienen.
“La mayoría de los discos que se publican hoy los realizan hombres blancos que cantan más o menos lo mismo en más o menos la misma lengua. Pero hay buena música más allá de los US o Europa y alguien tiene que ir en busca de ella, en países normalmente fuera de los focos. Creo que todo el mundo tiene derecho a ser oído, venga de donde venga, rico o pobre.” Este es su credo.
En 2011, descubrió y grabó a los Malawi Mouse Boys, una pandilla de cantantes de este pequeño país africano, uno de los más pobres del planeta. Cuando no cantaban, vendían ratones vivos para cocinar, de ahí el nombre. Al irse del país, Ian Brennan se prometió que volvería, con otro proyecto en mente.
Cosa que hizo tres años más tarde, después de una larga negociación con la dirección de una de las peores cárceles del estado –si es que las hay acogedoras-, Zomba. Construida en el siglo XIX para albergar inicialmente a 340 reos, hoy se hacinan en ella más de 2.000 prisioneros, hombres y mujeres sin futuro. Robo, asesinatos, brujería, homosexualidad, larga es la lista de los motivos por los que se les encarcela a veces de por vida –y cuando tienen penas más ligeras, muchos prefieren ni salir, marcados de por vida por unas condiciones de detención infra humanas-. Sida, ratas, tarántulas, violencia, violaciones. Dicen que “si entras sin el sida, sales con él”.
Finalmente consiguió que el alcaide se entusiasmara con su proyecto: grabar durante dos semanas la música que se crea detrás de las rejas. Ian Brennan cuenta un montón de anécdotas crudas y duras, y se extraña por el contraste entre una realidad infernal y muchas veces terminal, y la ligereza y la alegría de las canciones que pudo escuchar.
Veinte temas cortos, en algunos casos compuestos en pocos días por reos felices con la idea de que su voz pudiera traspasar los muros de la cárcel. Letra y música sencilla sobre la vida dentro, relatos de muerte y tristeza, siempre con algo de esperanza de que el infierno se acabe un día –gracias a la intermediación del productor, tres mujeres recobraron la libertad-. Instrumentos rudimentarios que acompañan a unas voces cristalinas con las que Africa nos tiene acostumbrados.
El disco, The Zomba Prison Project, se publicó en enero de este año, en un momento en que Ian Brennan se había embarcado en un nuevo proyecto. Dirección Vietnam, donde durante varias semanas grabó a antiguos combatientes de una guerra que acabó hace cuarenta años. Un documento sonoro precioso y conmovedor.
¡Chapeau!, Monsieur Brennan, su misión es noble y tan imprescindible. Que sirva esta entrada como pequeño homenaje a un tipo que me gustaría conocer en persona. Pondríamos el disco de fondo, me contaría lo que vio ahí -no te quiero chafar este domingo soleado-, y nos beberíamos una botella bien fresca de vino de Rueda, con tapón de corcho y no de rosca, por dios estos americanos…
Tú de vino olvídate, hala, zumito y a misa.