Hay países así, olvidados por todos –yo el primero, vergüenza de tomate-, de los que se oye hablar sólo cuando las desgracias que asuelan sobrepasan el entendimiento. Haití ha sufrido en treinta años lo que pocos países en el mundo: dictaduras, terror, desidia de los organismos internacionales, abandono por parte de la inversión privada, huracanes mortíferos y terremotos aniquiladores. En estas condiciones, que sigan existiendo chispas de buen humor gracias a la música, roza el milagro.
No hablaré de lo malo, que luego Mr Suizo me riñe. Me centraré en esa llama que la isla mantiene a toda costa, cual tribu prehistórica con el fuego. Cómo es posible que perdure cierta tradición musical, cuando todo el aparato estatal y el tejido económico y social ha prácticamente desaparecido, enviando a la calle a la práctica totalidad de los trovadores isleños. Aquellos que traían alegría cuando los matones de Duvalier –ese sucedáneo de presidente que se hacía llamar Papa Doc- hacían reinar el terror más absoluto.
Bueno al final he hablado de lo malo, yaaaaa, no lo puedo remediar. Ahora viene lo bueno. Se llama Boulpik. El irreductible haitiano frente al invasor asolador. El último representante de estos músicos isleños que vivían desde hace siglos de la generosidad de la población, tocando el compas –konpa en criollo- haitiano, con unas sabrosas ganas de pasarlo bien y repartir alegría.
Pero la generosidad ha sido engullida por la crisis y una naturaleza que parece cebarse con este trozo de tierra caribeña. Boulpik –AKA Frankel Sifranc, su líder-, tuvo la suerte de estar tocando una noche desoladora en uno de los pocos hoteles para occidentales que seguía funcionando, el Hotel Plaza de Puerto Príncipe. En el público se encontraba José Da Silva. No, futbolista no es. Más bien productor de música, descubridor e impulsor del enorme talento de Cesária Évorea. Él hizo que el nombre de Cabo Verde brillara por primera vez en el mapamundi cultural.
El compas haitiano tuvo su apogeo en los años cincuenta. Luego evolucionó con aportaciones digitales no siempre del mejor gusto, con Top Vice o T-Vice de abanderado turístico. Desde hace diez años, intenta resurgir de sus cenizas, volviendo a sus raíces seculares -al igual que el Mento en Jamaica y el Gwoka en la Guadalupe francesa-, repartiendo buen humor a toda costa. A pesar de las penurías de todo tipo.
José Da Silva le propuso a Frankel Sifranc grabar un álbum –Konpa Lakay-, que ahora se distribuye vía su sello. Sólo he podido subir el single, Neg Dafrik –contracción criolla para Negrata de África-. Es alegre, para compensar a James Blake de ayer.