El 21 de noviembre de 2013, ocurrió la mejor noticia que el mundo entero había escuchado en muuuucho tiempo: iban a volver los Monty Python, por fin. Anunciaron un nuevo espectáculo para este verano, en el O2 de Londres, la sala reservada a los grandes conciertos musicales. La primera aparición de la legendaria banda de cómicos chalados británicos en cuatro décadas. Lo anunciaron a su estilo, haciendo reírse a carcajadas a las decenas de periodistas presentes durante su rueda de prensa y a los millones de ingleses que la siguieron en directo en la televisión. Es que a los Monty Python sólo les hace sombra la Momia Real y su sequito de retoños de todo menos divertidos. De hecho 43,5 segundos después de ponerse a la venta las entradas, ya se habían agotado, obligando a la organización a ampliar a cinco el número de representaciones previstas. Vamos, hacerse con un preciado ticket fue más complicado que conseguir una mesa en su día en El Bulli del Sr. Adrià.
Hace mucho que la influencia de los Monty Python en nuestro humor del día ha traspasado las fronteras de Inglaterra. No sé aquí, pero cuando se estrenó en Francia la Vida de Brian, la segunda película dirigida por los seis, fue como un vendaval de risas incontrolables. Corría el año 79, la vi varias veces seguidas, no nos podíamos creer que fuera tan fácil meterse con tanto arte y humor, a la vez con la religión cristiana como con los grupúsculos de activistas histéricos, sin arriesgarse a perder la cabeza –en el sentido literal- en el acto. Es de estas películas que de verla esta noche, no sólo me reiría igual que la primera vez, sino que descubriría algún chascarrillo nuevo. Es tan larga la lista de escenas irreverentes –nadie se escapa a su humor feroz-, surrealistas y locas, que destacar una en especial es arriesgado por reductor. Por ejemplo, la escena en la que uno de los miembros del grupúsculo terrorista informa a sus compañeros que ahora quiere ser llamado Loreta y que quiere tener un hijo. Cuando el líder le responde que es físicamente imposible, la admirable revolucionaria Judith replica que aunque él no tenga hijos, tiene derecho a querer tener uno y por ello el grupo va a luchar por este derecho… Supongo que cada cual tendrá su escena favorita, a mi me gusta especialmente cuando los prisioneros pasan en fila por la distribución de cruces, les dirige el guardia con esta voz falsamente suave y compungida: “Crucifixion? One cross each, first on the left”.
En 1975 se habían hecho famosos con Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, en 1983 remataron la faena con El sentido de la Vida. Luego se separaron, o no siguieron nunca más los seis a la vez –tampoco lo van a hacer este verano ya que por el camino desapareció Graham Chapman-, pero nos dejaron unas enormes películas, cada una en su estilo: Brazil, Un Pez llamado Wanda, Las aventuras del Barón Munchausen, y algunas obras iconoclastas más. Es tan poderosa su capacidad a hacernos reír que los largometrajes de la banda nunca han tenido que contar con grandes bandas sonoras. Tal vez en Brazil destaque un poco más, pero de toda su filmografía, nos quedamos con una sola canción: la escena final de La Vida de Brian, cuando están todos los prisioneros crucificados, estando Brian desesperado por su más que preocupante situación, va su vecino de cruz y empieza a silbar y cantar Always Look on The Bright Side of Life. Surrealista, enorme. Qué cabrones más geniales.
Qué grandes son! Una de mis películas favoritas 🙂
La mejor de la trilogía sagrada. No envejece ni aburre, por muchas veces que la ves
Jehová! Jehová! Jehová!
Pijus Magníficus!
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Ya que te has quedado mi escena favorita («From now on i want you all to call me Loretta / What?!!!», inmenso John Cleese, no puedo dejar de llorar de risa), me quedo con la prueba iniciática:
Por cierto, se ve que John Cleese fue profesor de latín antes que actor.