C. W. Stoneking – Gon’ Boogaloo

Me lo he preguntado muchas veces: “¿Cuántos discos se publicarán al día en el mundo?”. Y sigo sin respuesta. Cuando le traslado la duda a Google, suelta un lacónico “Fiouck, déjate de tontaterías, qué más te da, disfruta tu sábado”. Google no tiene ninguna empatía, no sabe ni se imagina lo que sufre uno por no saber cosas tan esenciales como esta: ¿cuántos fucking discos se publican al fucking día?

¿Decenas o Cientos? Supongo que dependerá de lo que se incluya o se entienda por disco. Yo me limito al término usual de Música Popular, engendro muy cómodo que engloba buena parte de los géneros presentes en este blog. Vamos a decir que cien, por partir de algo.

Y vamos a imaginar que hoy en el blog toca un álbum de estreno, no uno de hace décadas. Por lo que tengo a disposición cien discos para elegir. Maravilla. Una m…, no es oro todo lo que reluce.

Primero vamos a quitar toda la chusma habitual, el pop bling bling y lo que suele desfilar por los 40. Quitas ochenta. Luego eliminas la música tradicional de mil rincones del mundo, que uno no es tan masoquista –tú menos-. Quedan cinco. Después, directo a la papelera los indies con barba de tres semanas que salen en mondosonoro y demás jenesaispop –cierto, algún que otro también ha aterrizado aquí pero sólo porque era súper bueno-. Quedan tres. Ayer ya metí uno de rock –las chiquillas de Mourn, geniales-, no puedo repetir. Quedan dos. El punk te aburre y no entiendes como un tipo tan simpático como yo puede ser fan de esta música. Queda uno. Normalmente suele ser una cosa improbable. Ya sabes, me encanta lo improbable.

cw stoneking gon boogaloo

Veamos el caso C. W. Stoneking. Este músico toca un blues roots; roots no, lo siguiente. Escuchar sus discos es la experiencia acústica más parecida a lo que daría un disco 78t de los años veinte o treinta. Huele a T-Bone Steack, Bourbon y asientos traseros para los negros. Pero lo más sorprendente de todo, es que C. W. Stoneking se encuentra a 20.000 kms de Memphis, en Melbourne, Australia.

En principio, quitando unos padres yankees, nada predestinaba a este señor, nacido en el bush y habitante de una comunidad aborigen hasta los nueve años, a hacerse un nombre en un genero musical un tanto desfasado. Es que llega medio siglo después, cuando maps.google dice que vuelas de Melbourne a Memphis en 21h55.

Hace tres meses publicó su tercer álbum, Gon’ Boogaloo. Contre todo pronóstico, ha abandonado la guitarra acústica y alguna sección famélica de cobres que tanta fama le trajo en la familia blues –ha tenido un montón de galardones y premios allí y en los US-, y ha electrizado su sonido, con una Fender Jazzmaster –se fabricó de 1958 a 1977, no se sabe cómo se procuró un ejemplar más antiguo-. Va vestido de blanco y, jatetú, calza polaina. Como en estas viejas películas en blanco y negro con manchas blancas de desgaste de la bobina. Y su voz es tan cascada, que nos devuelve a esa época lejana en la que los afroamericanos US tenían más derechos cívicos que los españoles a la hora de manifestarse –ja, esta me ha gustado, you are the milk fiouck-.

Te dejo con cinco temas de este álbum. Música improbable, pero muy bonita y emocionante. Sube el volumen –no añadas filtro, mejor con los chisporroteos de la grabación-, luego zumito y a misa.

 

 

 

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