Anoche –bueno, el viernes- fui a Mad Live, un mini festival “rock” en el antiguo Palacio de Deportes. Antes de entrar me fije en que el recinto había sido rebautizado, ahora lleva el nombre de un banco inglés cuya marca está llamada a desaparecer, después de haber sido adquirida por otra entidad con hambre. Pensé que esto empezaba mal, debí salir corriendo. Además digo festival rock por decir algo. Craso error Fiouck.
Llegué justo cuando estaba terminando su actuación una banda vasca llamada Grises. Saqué de nuevo la entrada para ver si en algún lugar ponía Gala de Los 40 Principales, pero no. BUf… Luego arrancaron los de Mando Diao, todavía vestidos con su pijama blanco. Penosa actuación. Tocaron fondo cuando se subió al escenario una “cantante” llamada Zahara para co-interpretar un tema irreconocible, apenas se le escuchaba y creo que casi mejor. Después le tocó el turno a Cycles, bastante dignos en su papel de combo electro dance rock, pero no es lo mío. Y para terminar el plato fuerte, The Kooks y The National. Los primeros muy en su papel, aunque demasiado soft para mi gusto. Los segundos muy estéticos, pero les faltó alma, por mucho cabreo que demostró tener el cantante con su micrófono. Y entre ambas bandas, un lamentable intermedio con karaoke sobre canciones de Raphael y cosas peores. No sé a quien coño de la organización se le ocurrió esta idea, fue vergonzoso.
Total, todo muy pop smoothy y limpito. Definitivamente prefiero las salas más pequeñas, donde huele a vinazo y no a Johnson & Johnson. Además me sentí doblemente desplazado, de los 2 ó 3.000 chicos del público, creo que yo era el único sin barba. Si un día pasas delante de una sala de conciertos y ves que la parte masculina de la cola luce barba –de entre dos semanas y dos meses- no te molestes en mirar el cartel, serán grupos indie pop. Como Martin Carr.
Él sería el perfecto prototipo del músico indie pop, si no fuera por la edad. Al pobre le falta poco para llegar a cincuentón, pero el indie pop no admite miembros por encima de 33 años –por eso de cristo y la barba, no tanto por la cruz que van arrastrando-. Empezó hace mucho, en 1988, como líder de The Boo Radley, un grupo escocés de shoegazing –termino pre indie que se refiere a los guitarristas que se miran los zapatos pensando en que las chicas se vuelven locas con la postura-. Para los más espabilados, o menos domingueros, el nombre de la banda procedía del libro To Kill A Mockingbird –Matar un Ruiseñor-, de la escritora one shot Harper Lee, de 1960, que le valió el Pulitzer 1961. Sacaron seis álbumes de estudio hasta 1999 –de los que Wake Up Boo, que logró subir hasta el #1 de las listas UK-, año en el que Martin Carr decidió intentarlo en solitario.
Primero como BraveCaptain, y finalmente con su nombre propio, Martin Carr. Él –por la edad que tiene- y yo –por los 632 artistas desmenuzados en este blog-, sabemos que cuando deje de componer y tocar, la música seguirá su camino sin una mirada para atrás, sacando a hombros a algunos y abandonando por el camino a muchos. Lo más probable es que Martin Carr termine su carrera en una artistería –lugar en el que se abandonan a los artistas cuando empiezan a estorbar-.
Mientras tanto, échale un vistazo a su último disco. Para ser Domingo, último día soleado y suave de 2014, suena perfecto, especialmente The Santa Fe Highway. Una muy bonita canción, cálida y alegre a la vez.
Venga pedazo de indie pop dormilón, ahora zumito y a misa.