Esta noche, concierto. Esto me pone de buen humor. Ver a un artista o un grupo tocar en directo, no sé, siento que este es mi lugar. Me gusta pensar que, en algún momento previo al show, todos los presentes hemos tenido esta misma idea de “Heya toca fulano, voy a comprar una entrada”. No nos conocemos de nada, los hay de todos los colores, edades, ideologías, creencias, gustos, pero un punto en común tenemos todos: nos gusta quien toca. Bueno, digo yo que nadie entrará por error. Como aquel día que estaba yo sentado en un avión, esperando el despegue, y de repente la señora que iba sentada delante de mi se da la vuelta y me pregunta “¿Este es el vuelo de París verdad?”. Debí ser malo y contestarle “Pues va a ser que no, pero no se preocupe, le va a encantar Ulán Bator”.
Esta noche volamos hacia Camerún, tierra de grandes músicos en un país en el que este arte muchas veces representa el lazo entre personas y generaciones, la forma tradicional de contar y transmitir los acontecimientos. Desde hace décadas, esta nación, al igual que otros muchos en África, se ha abierto a los sonidos venidos de Europa y Estados Unidos, en especial al jazz, y ha sabido mezclar y reinterpretar como nadie ambas culturas. Ayer con Manu Dibango, el artista camerunés más internacionalmente reconocido, nacido hace ochenta años con sus gafas negras ya puestas. Hoy con Richard Bona, trenzas en el pelo, bajo en mano, sonrisa inamovible, depositario de un arte musical secular pasado por el tamiz del jazz y la world music.
Desde muy pequeñito, Richard siempre tocó de algún instrumento, compuso canciones y dio conciertos. Sea en su aldea natal, Minta, dándole feliz al balafón –instrumento de percusiones idiófono-, o sea en los mejores clubs de jazz de Nueva York, donde reside, con su bajo y su voz cálida. Con veintidós años emigró primero a Alemania y luego a Francia. Del país vecino se tuvo que marchar de vuelta a Camerún por no lograr renovar sus papeles, después de ocho años acompañando a grandes músicos como Didier Lockwood, Salif Keita o el propio Manu Dibango. Pero cuando hay talento no hay papeles que valgan, así es que como el mismísimo Harry Belafonte, que le había conocido en París, se fue a Yaoundé a recogerle para incorporarle a su orquesta en Nueva York.
Durante algunos años, hizo de músico para otros –Herbie Hancock, Chick Corea, Harry Connick Jr, etc- haciéndose poco a poco un nombre y un sitio. En 1999, publicó su primer álbum, Scenes from My Life, con el que logró definitivamente el reconocimiento. Luego siguieron Reverence en 2001 y Munia en 2003, dos discos en los que colaboraron artistas de la talla de Pat Metheny y Salif Keita, y por los que recibió en 2004 el premio al Mejor Artista Internacional en las Victoires du Jazz en Francia, al lado de Norah Jones. Y en 2005 se publicó Tiki, un álbum en el que combina géneros y estilos de muchos países, para ofrecer un disco de música world nominado para los Grammy Award. Camerún, Brasil, India, Tiki es un muy bonito álbum, “fácil” para los no muy enterados del jazz como yo. A veces me recuerda a Al Jareau o a Seal. Esta noche en la Sala But de Madrid. Venga, date el gusto.
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