Esta mañana, de camino al país de “nunca se sabe qué coño va a pasar”, escuché en la radio una historia curiosa, de estas sin el menor alcance socio geo político o económico, pero que uno no se cansa de escuchar nunca, no sólo porque nos reconocemos en ellas sino porque nos gustaría ser el máximo protagonista. Claro, con tanto tiempo al día dedicado al blog, no me queda tiempo para lucirme con tonterías del estilo para los siglos de los siglos.
Un día de 1995, dos jóvenes australianos, Eduard Neetz y Casey Dean, salieron de casa en busca de hamburguesas para cenar. La idea era comprar tres de ellas, ya que a la vuelta les esperaba su amigo del alma, Jonos. Cuando regresaron a casa, el Jonos en cuestión no estaba. En su lugar, una simple nota que decía: Ahora no puedo, guardarla para la próxima vez.
Los dos amigos metieron la hamburguesa en una caja, sin darle mayor importancia. No deja de ser un hecho curioso, porque a mi con esta edad me deja plantado un amigo con una hamburguesa en brazos, y no le hago cero patato caso, me la zampo en un plis plas y llamo a Tele Búlgaro para el rescate del dinero pagado. Que la cosa está mumal, ya te digo.
Pero el amigo Jonos no apareció al día siguiente. Ni tampoco durante la semana, ni nunca más, simplemente desapareció y no supieron nunca más de él. Hoy se sigue sin saber lo que pasó con Jonos. Sobre el papel es como mínimo una amistad truncada y una historia infinitamente triste. En los artículos que relatan la historia de la hamburguesa, no hablan de los esfuerzos de los dos amigos para dar con el paradero de su colega de tapeo, pero demos por sentado que intentarían por todos los medios dar con él.
Lo que sí se cuenta, es que la famosa hamburguesa, veinte años después, sigue en su caja. Prácticamente tal como la dejaron. Casi intacta. A mi, más allá de esta fidelidad en la amistad tan hermosa, me da el yuyu pensar y ver cómo una hamburguesa de McDonald’s no padece los efectos del paso del tiempo, ni siquiera veinte años después. En las fotos, podría haber salido del horno de la franquicia pocas horas antes. ¿Qué las echarán a la comida en estas cadenas de fast food para que tan bien se comporten bajo los efectos de los lustros que pasan y pasan y pasan…?
Sólo reconocen que está dura como una roca, pero de apariencia, está fenomenal. No quiero chafar la historia vilipendiando –como mola el verbo, apuesto una caja de chicken nuggets a que no lo conoces- esta enseña yankee, pero no nos engañemos, comemos la misma porquería todos los días en cualquier local barato, así que me centraré en la iniciativa de los dos protagonistas, ya treintañeros. Han decidido liberar la hamburguesa de su caja y para darle la mayor repercusión posible a su salida, han creado una canción, cuyos royalties irán íntegramente a una asociación australiana de lucha contra la ansiedad y la depresión.
Lógicamente la canción no es ninguna virguería, pero se deja escuchar, es alegre y cumple perfectamente con su propósito de recaudación para una buena causa. Qué quieres que te diga, a mi estas historias me gustan. No hacen daño a nadie, todo lo contrario. Hoy pediré el menú BigMac grande con cerveza, que no tienen rueda, salvajes.