Corazonada. Una más, la música es así, no avisa. Te dispones a escuchar Dead Kennedys para ponerte las pilas –receta del Profesor marabú Mamadou Fiouck: escucha el disco Fresh Fruit For Vegetables una vez al mes dando saltos locos y conocerás el amoooool -, y tropiezas con una chica jazz de la que en tu vida habías oído hablar y te quedas babeando, algo perplejo sobre la capacidad de los músicos a siempre sacar algo que te llene. Ya veo venir a los amantes del jazz de las grandes voces femeninas, jocosos, “este Fiouck, no conoce a Malia, qué paquete”; mejor me callo, que les podría dar un repaso en otros géneros, no lo dudes.

Malia tiene 35 años. Hasta los catorce, vivió en su país de origen, Malawi. Igual me sorprendes, pero yo de Malawi sabía muy poquito –por no decir nada-. Un pequeño país africano sin salida al mar, independizado del Reino Unido desde 1964, democrático desde hace veinte años, con una mujer al frente y una moneda que no vale mucho. Un Kwacha Malawi vale 0,0016 euros. Sabiendo que un kwacha está dividido en cien Tambalas, si encuentras una moneda de un Tambala en el suelo –bueno oye nunca se sabe de todo hay en la viña del señor-, no te pongas nervioso ni te agaches, ponte a silbar como si nada, y aléjate. Volvamos a Malia, cuya familia emigra a Londres a finales de los 80’s. Allí descubre y abraza la música jazz, especialmente a sus musas Billie Holiday, Sarah Vaughan y Nina Simone. Empieza a producirse en restaurantes y pequeños clubs, en los que interpreta a sus ídolos. Luego se marcha a Estados Unidos para darle un empujón a su carrera, pero es un golpe de suerte que la va a lanzar. Un día, estaba comiendo en un restaurante de Nueva York, en el que por casualidad se estaba difundiendo un disco de una artista francesa, Liane Foly, cantante pop jazz que tuvo su momento, en especial con su segundo álbum, Rêve Orange, producido por un loco del jazz, André Manoukian. Con mucho aplomo, logra acceder y contactar con el productor para hacerle llegar una demo con temas propios. Este queda cautivado por la voz grave y cálida de la chica y decide darle una oportunidad. Un año después sale a la venta el primer álbum, Yellow Daffodils -2002, con el trompetista Erik Truffaz-, jazz groovy que seduce a los especialistas.

Durante los siguientes diez años, sigue componiendo o reinterpretando grandes estándares del jazz. En 2004 publica Echoes of Dreams, luego Young Bones en 2007 y finalmente en 2010 conoce cierto éxito de ventas con Black Orchid, un disco con versiones de Nina Simone, por el que consigue un Jazz Echo Award en 2012. Contiene en especial una reinterpretación muy sensual del My Baby Just Cares For Me. Wow.

A finales de este mes de enero sale su quinto álbum, Convergence, una curiosa colaboración con un músico raro y ecléctico, que nadie se esperaba ahí. Boris Blanck es miembro fundador, con Dieter Meier, de uno de los pocos grupos suizos que conozco, Yello. Ya hablaré en otro momento de estos dos, merecen la pena. El disco es fruto de un intenso y duro trabajo de tres años de Malia y Boris. Las criticas de los que han tenido la suerte de escucharlo antes de su estreno son todas ditirámbicas, todas hablan de canciones hermosas y emocionantes, tengo ganas de poder escucharlo entero. Porque a mi, humilde servidor, sólo me dejan el single que precede la salida del disco. Se llama I Feel It Like You, suena a la gran Shirley Bassey de las BSO de James Bond, me flipa.

Escucha algunos temas de Malia